miércoles, 13 de agosto de 2008

Calderón y su arma final

Luis Linares Zapata

El gobierno federal decidió emplear el que juzga es su armamento pesado en la batalla por el destino que, finalmente, se dará al petróleo: una intensa, costosa, falsaria campaña de propaganda. Para inclinar la balanza a su favor no ha dudado en saturar al máximo los espacios televisivos y radiofónicos. De esta trillada manera, el señor Calderón y adláteres se lanzan a una compulsiva aventura para cooptar la mente de los mexicanos. Quiere, no sin la angustia concomitante a la ruta elegida, que el pueblo respalde su entreguista propuesta de reforma petrolera. No se escatiman millones, cientos, tal vez miles de millones de pesos en la intentona. Tampoco reparan en difundir verdades a medias, olvidos de alternativas, precisiones desviadas y las suplantaciones de ciudadanos reales que le anticipan, de manera por demás forzada, la urgencia de su puesta en marcha, tal como la envió al Congreso. El dispendio es, a todas luces, exagerado, indebido en un gobernante fincado en la voluntad electiva de los ciudadanos. Lo que ahora sucede afirma, aún más, que el señor Calderón no llena tan fundamental requisito de la democracia.
Buena parte de la leyenda negra de la oposición, formada por los partidos políticos agrupados en el Frente Amplio Progresista (FAP) y en el movimiento en defensa del petróleo que encabeza López Obrador, se le debe a otra campaña paralela, ésta soterrada, insidiosa, clasista, pero de similar intensidad. En ella inscriben, además, cuanto discurso recogen al oficialismo los medios de comunicación.
El meollo de su argumentación es un verdadero infundio: AMLO y sus seguidores no tienen propuestas, sólo negativas, es la monocorde cantaleta. Y así se van de corrido, negando hasta la falta de pudor aquello que se evidenció durante el debate habido en el Senado. Ahí, en esa real disputa por la nación, no sólo se derrotaron las iniciativas privatizadoras del oficialismo, sino que se enumeraron, con toda precisión, un conjunto de ideas, concepciones y hasta programas específicos para que Pemex pueda retomar su rumbo, extraviado durante los últimos 25 años. Esos terribles, destructivos años del modelo de gobierno en boga, impuesto por los grupos de poder y el apoyo de los tecnócratas hacendarios. Y todos ellos dirigidos, aconsejados y, por completo, imbuidos en los efluvios del acuerdo de Washington. Una atracción fatal, irresistible, para la clase gobernante del México reciente. Una onerosa, cruenta trampa, en la que se ha caído y quiere perseverar por varios años hacia el futuro.
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