Ya voté… ¿y ahora qué?
Mea culpa, mea culpa si quedaron los progresistas, culpa de José Antonio Crespo, promotor del voto en blanco, si quedaron los caciques dueños de la máquina electorera. Como se dice popularmente, en política todos los vacíos se llenan, y los huecos que la participación ciudadana ha dejado libres para ser impunemente usurpados continuarán allí, elección tras elección. Ningún voto que haya sido depositado en blanco ha de rasgar mínimamente los cotos de poder obtenidos por los partidos para los próximos tres años.
Después del fraude de 1988, se tuvo que emprender una serie de reformas para intentar devolverles credibilidad a los procesos electorales y después del fraude de 2006 se repitió la receta, sólo que esta vez ya no es sólo el proceso el que carece de legitimidad, sino hasta las propias entidades que compiten por el voto. Por eso, aunque se prevé la promoción de otra reforma electoral, la legitimidad de las elecciones venideras no es una consecuencia que pueda esperarse de dicha reforma. Pero finalmente, ¿quién legitima? ¿Se legitima a sí misma una institución, mostrando apertura para ofrecer mecanismos de transparencia y participación? ¿O es la sociedad la que, haciendo uso de estos mecanismos y exigiendo más, puede incidir en la reforma de las instituciones para que comiencen a servirle, otorgándoles legitimidad de esta manera?
“Consideramos el Gobierno, el Estado como uno de los órganos de la vida nacional; pero no como el único, ni siquiera el decisivo. Hay que exigir a la máquina Estado mayor, mucho mayor rendimiento de utilidades sociales que ha dado hasta aquí; pero aunque diera cuanto idealmente le es posible dar, queda por exigir mucho más a los otros órganos nacionales que no son el Estado, que no es el Gobierno, que es la libre espontaneidad de la sociedad” Ortega y Gasset
Resulta que el poder legislativo es una de las instituciones con menos credibilidad, inclusive por debajo de la policía, pero para efectos legales, esta situación no habrá de impedirles a los diputados PRI-ANistas, junto con sus satélites, iniciar la cruzada por el aumento del IVA en alimentos y medicinas, o por la reforma de la Ley Federal del Trabajo que pretende “flexibilizar” (léase cancelar más derechos para) la fuerza laboral del país en la siguiente legislatura.
Y bueno, como ya sufragamos o anulamos, ¿vamos a esperar a que acabe esta legislatura, cerrando los ojos y deseando que haya sido un mal sueño? No, estos hombres y mujeres dejan hoy de ser candidatos por algún partido y comienzan a ser representantes populares. Aunque suene terriblemente atractivo “dejarles las decisiones a los que saben” (Tele dixit) porque significa la redención para una buena parte de la sociedad que se regodea en la completa falta de información y el bajo nivel de involucramiento, sí es nuestra tarea adjudicarnos nuevos espacios de participación para recordarles a los representantes populares cuáles son nuestras posturas en determinados temas y cuáles nuestras necesidades, en pocas palabras, obligarlos a adquirir conciencia de a quién están representando, quizás hasta impulsar mecanismos a través de los cuales el diputado, no sólo rinda cuentas, sino que consulte y mantenga vínculos con la gente de su distrito.
Con este panorama político enrarecido, en el que vamos a votar ante la presencia del ejército en las calles, en el que pocas personas conocen el nombre de su diputado, en el que las autoridades electorales están supeditadas a los acuerdos entre partidos y las televisoras incumplen flagrantemente la legislación sin temor a multas o castigos, la acción de votar no es la culminación del papel del ciudadano, sino apenas el inicio, el primer acercamiento a la lucha por devolverles el sentido a las instituciones.
Así que ayer fuimos a votar y hoy empezamos a participar.
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