Octavio Rodríguez Araujo
Cuando Germán Martínez, dirigente del Partido Acción Nacional, propuso la guanajuatización del país como panacea para los mexicanos, no entendí a qué se refería. Luego recordé una vieja canción del guanajuatense José Alfredo Jiménez al leer sobre el incremento del número de secuestros y de asesinatos en el desgobierno de Felipe Calderón y entendí mejor lo que quiso decir el líder panista: la vida no vale nada. La vieja canción dice: “No vale nada la vida/ La vida no vale nada/ Comienza casi llorando/ Y así llorando se acaba/ Por eso es que en este mundo/ La vida no vale nada”. Y así es. Ni pagando rescates a los secuestradores se respeta la vida. Tantos muertos ha habido desde que Calderón le declaró la guerra al crimen organizado que ya no nos detenemos a leer la noticia. Sabemos que son muchos y sólo nos brinca el dato cuando los muertos son gente conocida o hijos de quienes figuran en las revistas de negocios o de celebridades.
En el caso del niño Martí sus secuestradores y asesinos fueron, según las evidencias encontradas hasta ahora, policías con cómplices civiles. No se conformaron con matar al chofer y al guardaespaldas (todavía vivo), también a la víctima de sus ambiciones. Como éste, se han llevado a cabo otros muchos secuestros y asesinatos, en su mayoría investigados deficientemente o, de plano, no investigados, sobre todo si se trata de víctimas no relacionadas con los ámbitos del dinero o de la fama pública.
En unos casos se trata de presuntos narcotraficantes cobrando venganza sobre los policías que, junto con soldados, los persiguen. En otros, de policías y soldados que en acciones contra supuestos narcotraficantes matan a quienes andaban por ahí o se cruzaron entre los disparos, incluso niños. El secuestro, sin embargo, suele tener una finalidad: cobrar por el rescate, es decir, dinero. Pocas veces se han tratado de venganzas personales, aunque también se han dado casos.
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