jueves, 28 de agosto de 2008

De La Jornada...

Arnoldo Kraus
Solidaridad

Aunque por ahora no se ha descrito alguna predisposición genética que fomente la solidaridad entre los seres humanos, no dudo que en el futuro el imparable avance de las ciencias médicas lo consiga. Y qué bueno. Para que las caras negativas de la ciencia no se ceben sobre los humanos, y la impersonalidad que predijo Orwell fracase, deberá, si se puede, fomentarse el poder de los genes de la solidaridad. Lo que en cambio sí se sabe es que la solidaridad se aprende en casa, en la escuela, en la “realidad callejera” y en la sociedad. Lo que también se sabe es que muchos regímenes autocráticos que violan muchos principios intentan liquidar la solidaridad a toda costa. Me adelanto a la conclusión: la solidaridad es una condición humana innata, siempre presente, que emerge espontáneamente y que muestra las mejores caras de las personas. Disuadir a los individuos del valor de la fraternidad es dogma del poder político.

Los seres son solidarios porque lo que afecta a otros se percibe la vivencia personal, porque lo que incomoda y genera problemas, dolores o muertes a otras personas se lee como la vida propia. Quizás por eso el legendario Lech Walesa llamó a su movimiento Solidarnosc. Por lo mismo, buena parte de la nauseabunda parafernalia mediática de la mayoría de los políticos, buscan, valiéndose de subterfugios inteligentes, disminuir el valor de la fraternidad y sustituirlo por lo que a ellos les interesa. Podría decirse, otra vez, que los humanos tienden a la solidaridad y que el poder, sobre todo de los políticos, busca mermarlo. Dos ejemplos para ilustrar esas ideas.

En medio de la fastuosidad de los Juegos Olímpicos, en cuyo juego ha caído casi todo el mundo, desde los dirigentes de las naciones poderosas que avalaron con su presencia la consabida brutalidad y represión del gobierno contra sus ciudadanos, hasta los televidentes que deberían haber boicoteado las olimpiadas apagando su televisión, el gobierno chino decidió bloquear iTunes por un disco a favor de Tibet. El 5 de agosto el gobierno prohibió el disco Songs for Tibet, donde varios artistas denuncian la política china contra esa provincia. (Imposible no abrir este paréntesis: excepción honrosa a la complicidad hacia China es la de Steven Spielbeg, quien renunció a participar en el diseño de la ceremonia inaugural como protesta contra las atrocidades de ese gobierno.)

Aunado al bloqueo mediático y al milenario ejercicio de los políticos que pretenden emascular la disidencia y prohibir el disenso, el Comité Olímpico Internacional (COI) rechazó una petición española de realizar algunos actos –por ejemplo, algo tan sencillo como prenderse una cinta negra en la ropa– como señal de duelo por el accidente acaecido durante los Juegos Olímpicos del vuelo de Spanair en el aeropuerto de Barajas, Madrid. El COI, instancia cubierta por tufos políticos, denegó la petición de la delegación española sin duda para no incomodar al gobierno chino y no mermar ni el éxito de las olimpiadas ni con ello arriesgar sus arcas. Ya que la moral debería ser una de las cualidades indiscutibles de las olimpiadas, ¿es posible que el Comité Olímpico no se dé cuenta de su sandez al prohibir la solidaridad humana en aras de proteger a un gobierno que viola continuamente las reglas mínimas de la ética?

Ejemplo contrario a la actitud del gobierno chino o a la del COI es la sucedida en Creel, México. Familiares y amigos de las personas recientemente ejecutadas en esa ciudad se han manifestado como muestra de solidaridad y en demanda, no de explicaciones, porque no las hay, pero sí de justicia, condición que, dicho sea de paso, se emparenta con la concordia. Dada las circunstancias por la que atraviesa nuestra nación y por la incapacidad de nuestros políticos, si no es que su participación para detener la violencia, las muestras de apoyo de los creelenses y que incluyen a sus vástagos, debe admirarse, porque es probable que esa acción implique riesgos.

Ante el imparable crecimiento de todas las formas del poder, que no suelen velar por los intereses de las comunidades, la solidaridad, individual, política, económica y social debe fomentarse. Aunque la distancia geográfica entre los ejecutados de Creel y el intento de mostrar empatía de los atletas españoles en China es inmensa, por el contrario, la cercanía humana es evidente. Unos y otros se conduelen por otras vidas, por las pérdidas de seres humanos, por lo que les pasa a otras personas que poco difieren de uno mismo. La solidaridad brega y defiende derechos humanos. Es una fuerza que se contrapone a los horrores del poder.

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