Lydia Cacho Plan B 28 de septiembre de 2009 |
Jóvenes que odian |
No es casualidad que de 40 mil personas presas en este momento en la capital, todas crecieron y vivían en 25 colonias específicas. Barrios dominados por la pobreza, la falta de escuelas y parques; casas sin luz ni agua potable. Territorio de las y los desposeídos que durante generaciones han vivido rodeados de racismo, desprecio de las autoridades y de su prójimo. El resentimiento social y la ira no son casualidad en ninguna sociedad y en México tendemos a negar el poder de la violencia estructural, esa que mantiene guetos de pobreza con discursos absurdos que insisten en que “quien quiere puede”, sacando de contexto el sufrimiento y las condiciones límite de ciertos grupos sociales.
La reacción de la sociedad ante este fenómeno lo agrava, cada vez más gente en todos los ámbitos pide penas más severas para menores que delinquen, les descalifica y desprecia con un odio que nutre la violencia. Esa es tal vez la razón por la que la directora de readaptación social del DF asegura que estos jóvenes no son capaces de mostrar remordimiento por sus acciones, desconocen la empatía. Este fenómeno global no es casual. La cultura y la religión nos han enseñado a huir del conflicto o enfrentarlo a golpes.
Hace años en Cancún se creó un modelo de educación para la paz en una escuela publica con resultados asombrosos. El estudiantado, el profesorado, las madres y padres participaron.
En la educación para la paz en lugar de huir del conflicto se enseña a enfrentarlo, para convivir y aprender de él. Me consta que este tipo de educación permite tener una actitud activa ante el conflicto, evitar la sumisión, la evasión o la competición a favor de la negociación y la cooperación. La provención se diferencia de la prevención en que su objetivo no es evitar el conflicto sino saber cómo afrontarlo. Los programas de justicia restaurativa con jóvenes sí funcionan y podrían aplicarse en México. En lugar de desperdiciar millones en fiestas patrias del Bicentenario podrían invertirse en programas para sanar a la patria.
La paz no es la ausencia de guerra sino el proceso de realización de la justicia en los diferentes niveles de la relación humana. Si queremos que en México se eduque para la paz, habrá que comenzar por reconocer la injusticia social e intervenir en ella directamente con programas que demuestren a niños y niñas que tienen derecho a un futuro en su país.
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