Carlos Monsiváis
Notas de la semana
21 de septiembre de 2008
Temor, terror y sus variantes
No se dispone de tiempo mental para otro tema: las granadas arrojadas miserablemente a la multitud en Morelia y los 24
jóvenes albañiles asesinados en Huixquilucan y cuyos cadáveres aparecieron en La Marquesa. Esto en el centro de la obsesión evocativa; al lado:
—Los miles de ejecutados, por lo común integrantes del narcotráfico, pero, crecientemente, personas que allí se hallaban, por esa casualidad que ya no lo es tanto.
—Los secuestros, que han desmoralizado y en gran medida desmovilizado a la sociedad y cuyo ejemplo más trágico es el del niño Fernando Martí, pero que no se confina en una clase social; abarca incluso a los habitantes de colonias populares. En días pasados, una criatura en una zona pobre fue asesinada porque, de seguro, sus padres no pudieron pagar el rescate. Caen algunas bandas, pero el mecanismo sigue inalterado.
—Los levantones, anuncios irremisibles del asesinato o de los asesinatos de los levantados, previa tortura y angustia de las familias
—Las pruebas de la prepotencia: así, por ejemplo, el joven militar herido por unos “desconocidos” (ya sinónimo del narco) al que recoge una ambulancia que huye perseguida por los asesinos frustrados; así, por ejemplo, en un número elevado de ciudades las incursiones de los narcos en las discos, que cierran y donde obligan a las jóvenes a bailar con ellos; así, por ejemplo, los asaltos en la frontera norte a restaurantes a la hora de la comida, con el despojo consiguiente y la fuga del grupo delincuencial con varios de los automóviles (choferes no les faltan).
—El aniquilamiento de la vida nocturna en las ciudades de la frontera norte, y no sólo allí. Salir a cenar, al teatro o al cine se vuelve una “aventura” al margen de las consecuencias específicas.
—La angustia de los padres de familia que aguardan la llegada de sus hijos con impaciencia creciente y que se han vuelto adictos, de otra manera, del celular. A eso se agregan los telefonemas, generalmente falsos, en los que voces como de doblaje aseguran que tienen secuestrado al hijo o la hija, y exigen del padre o de la madre que lleve una cantidad de dinero a un estacionamiento.
—La salida de México de un número significativo de personas, hartas de los chantajes, desesperadas ante la imposibilidad de pagar las “cuotas”, asfixiadas por la imposibilidad o la gran dificultad de acudir a la policía.
—La salida de las zonas agrarias de empresarios grandes o medianos que no resisten las presiones y los secuestros. Baste recordar el secuestro del hijo del cantante Vicente Fernández, y la terrible mutilación de dos dedos que se enviaron como pruebas.
—La desconfianza social ante las promesas de las autoridades y su República del Spot, donde todo se soluciona en el horario triple A del ensueño. No es tanto incredulidad como credulidad transferida a una época remota.
—El pavor en las colonias populares ante las variantes a escala del proceso: amenazas, extorsiones, secuestros, golpizas, levantones. “¿No me digan que por ser pobres se iban a escapar?”
* * *
El conjunto da por resultado un panorama devastado por el miedo o el terror. El miedo es inevitable, y suele usarse como técnica de autopreservación; el terror es un dispositivo del aniquilamiento síquico que reduce al mínimo las posibilidades de respuesta. En ese sentido, además de las acciones de las autoridades y de las exigencias de las personas y los grupos sociales, se requiere una reflexión crítica que comience por analizar el modo en que se ha reaccionado hasta ahora a las incursiones del narco. No creo en lo afirmado por el presidente Felipe Calderón, su idea de que la sociedad ha sido cómplice; algunos, en su muy tremendo provecho, han sido cómplices y socios, pero la mayoría se han sentido rehenes de su indefensión. El cargo que lanza Calderón no tiene mayor sustento.
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