María Teresa Jardí
En la Marquesa fueron tirados los cuerpos de los 24 ejecutados, acabando para algunos, para siempre, con el legendario sentimiento de nostalgia, vinculado a ese lugar, donde los anarquistas, refugiados españoles, a los que Lázaro Cárdenas, El Tata, abrió generosamente sus puertas, como a los comunistas y como a los republicanos a secas, cuando tuvieron que salir de España. De la misma España, que a pesar de la decepción que significa Rodríguez Zapatero por lo que a sus también ilusiones de reconquista toca, hoy inicia la investigación, al fin, de los crímenes cometidos por Franco.
La historia puede tardar muchos años en escribirse correctamente. Pero si algo garantiza la historia es que acaba por poner a cada uno en el lugar que merece.
Anarquistas, entre los que se encontraban mis abuelos maternos, que los domingos cuando el tiempo era propicio para ir a recoger “rovellons” o “bolets”( unos hongos anaranjados, que no sé cómo se llaman en español, pero que también se consiguen en algunos mercados, como el de San Juan, en el DF) que salen en familias, bajo los árboles, en tiempo de lluvias, que se freían ahí mismo, con ajos y perejil y que nos los comíamos acompañados de carne asada con ai- i- oli (una especie de mayonesa parecida a la crema de ajo que se come en Yucatán) acompañada la comida, también, por las tortillas de patata que se hacían en las casas y por la ensalada que ahí mismo se preparaba.
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