Por María Teresa Jardí
López Portillo inició, contaminándola vía su amigo Durazo, la policía mexicana que hoy no tiene el país. Y la Corte, conocedora de lo anterior, le otorgó un doctorado honoris causa al delincuente amigo del presidente.
José López Portillo, presidente no electo. Gobernante ilegítimo, como Calderón: usurpador. No tuvo contrincante. Lo de Campa del PC, partido semiclandestino, que habiendo llamado a no votar, luego se prestó a hacerle el juego al PRI, no dejaba de ser una chorrada. Aunque mostraba, quizá, desde entonces, en lo que estaba destinada a acabar la corriente de izquierda chuchista aliada hoy a un usurpador fiel copia de Victoriano Huerta.
En esa época el PAN no era todavía, o fingía no ser, el esperpento que ha llegado a ser con Calderón, usurpando el Ejecutivo, como cabeza.
El PAN se retiró de la contienda electoral ante el inminente fraude preparado para imponer a López Portillo por millones de “votantes” incluso muertos. Así se estilaba. Pero no es lo mismo llegar con un contrincante enfrente que saberse no electo. La ilegitimidad pesa como una piedra amarrada al cuello de quien elige saberse ilegítimo para hacerse del poder: “haiga sido como haiga sido”.
Y sumado lo anterior a su frivolidad irredenta no le importó a López Portillo corromper a la policía en aras de hacerle un “favor” a su amigo. Nombramiento comparable al del usurpador por lo que toca a su secretario de Gobernación. Relaciones personales que les cuestan ríos de sangre a los pueblos condenados a ser desgobernados por sujetos impresentables incapaces de entender que la política, porque es un arte, es una vocación que no toda persona tiene.
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