jueves, 17 de julio de 2008

Batalla campal

Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia

17 de julio de 2008
Batalla campal

Así está el debate petrolero. Comenzó sin orden, sin reglas y sin un juez confiable

Es una modalidad de la lucha libre en la que puede pasar cualquier cosa. Comienza con la presentación de los 10 o 12 contendientes en un ring donde habitualmente no pasan de seis.

Lo notable es que aquí nadie es compañero de nadie y al final gana el último sobreviviente. Otra característica considerable es que no hay réferi. Así que no han terminado las rimbombantes presentaciones de los luchadores cuando ya se están dando durísimo: todos contra todos; las capas y los trajes lustrosos hechos garras por la rabia temprana de los más fieros (en otros ámbitos se les llamaría “albazos”); las fintas, los amagues y amenazas también se multiplican; esconden sus verdaderas intenciones los enmascarados pero también los desenmascarados; así se van sucediendo las hurracarranas, los topes desde la tercera cuerda y las patadas voladoras.

En las batallas campales nada es cierto... y nadie es cierto: los buenos y técnicos se transforman en un instante en rudos y malos malísimos y al revés, los despiadados se transmutan en almas de Dios; conforme la lucha avanza hay hipocresías sin fin, todos fingen lo que no son; también hay traiciones al por mayor, los que antes eran amigos se patean y se pican los ojos y terminan como enemigos irreconciliables, en cambio se ayudan y se dan la mano los que hasta antes de subir al ring se aborrecían de tiempo completo; por eso se dan alianzas impensables, todo a la conveniencia del momento; no faltan las llaves espectaculares, pero lo que abundan son los golpes bajos; los más vapuleados piden perdón o de plano son echados como costales fuera del cuadrilátero; así hasta que van quedando pocos y luego sólo tres, sólo dos, y al final uno solo, el ganador al fin; un vencedor que termina castigado, exhausto y hecho un santocristo por todos los guamazos que le dieron, con la máscara desgarrada y el rostro irreconocible.

Así está el debate petrolero, igualito a una batalla campal. Comenzó sin orden, sin reglas y sin un juez confiable.

Luego, las semejanzas con la lucha libre también abundan: desde el principio la propuesta de reforma fue una gran finta, la verdad a medias y las mentiras completas; otra vez partir del añejo principio que priva en la percepción que se tiene desde el poder de que todos somos idiotas; así que en lugar de plantear con franqueza que la intención era modificar la constitución y privatizar Petróleos Mexicanos porque es lo más conveniente para el país y explicar con toda claridad las “ventajas” operativas y financieras, se optó por eludir esos temas tabú para concentrarse en el ridículo tesorito del fondo del mar; a falta de argumentos en la comunicación social se escogió la publicidad monda y lironda con una campaña en la que los genios de la mercadotecnia decidieron la utilización de “líderes de opinión” tan influyentes como actores, cómicos y comentaristas a modo, que lo menos que nos dijeron era que somos una partida de imbéciles por no salir a apedrear a los legisladores e intelectuales que se oponen al “progreso del país” así en abstracto; el discurso oficial tampoco ayudó mucho, se insiste en que la reforma es la única salvación que nos queda para generar empleos, hacernos ricos y ser felices.

Así, la reforma ha caído en sus propias trampas. Se ha debilitado por sí misma y ahora está al borde de la muerte. Por eso a sus impulsores no les queda sino minimizar los foros, descalificar la consulta ciudadana y rescatar lo que aparezca de lo perdido, negociando lo que se pueda.

Ya los echaron del ring.

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