PLAZA PÚBLICA |
18 Dic. 09
Mientras que su radical enemigo Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, cumplirá dentro de un mes exacto nueve años en libertad, tras su fuga de un penal de alta seguridad, Arturo Beltrán Leyva, jefe de la banda identificada con los apellidos familiares, llegó anteanoche al final de su carrera delictuosa. La Infantería de Marina, que le seguía de cerca los pasos, lo alcanzó en Cuernavaca y en un enfrentamiento a tiros acabó con el Jefe de Jefes, que en los años recientes había acumulado tantos arsenales de naturaleza diversa, que acaso era el narcotraficante más poderoso en México. Quizá no hubiera reunido tanto dinero como Guzmán Loera, cuya conjeturable fortuna ha sido causa de su inclusión entre los más ricos del mundo. Pero Beltrán Leyva había creado una fuerza letal irresistible y una gran capacidad de corrupción, que le permitió penetrar las estructuras del combate a la inseguridad.
Las balas que ultimaron a Beltrán Leyva quizá se anticiparon a las que El Chapo le tendría destinadas. Después de largo tiempo de una relación fraterna, el año pasado los dos jefes mafiosos habían pasado de un acuerdo para atender cada quien sus intereses en modalidades y regiones convenidas, a ser enemigos mortales. Nacidos ambos en Badiraguato, el remoto municipio serrano en Sinaloa, y emparentados entre sí, rompieron definitivamente y entablaron una guerra que ha provocado decenas de muertes y, a través de filtraciones atendidas por la autoridad, la detención de un gran número de delincuentes.
Un testigo colaborador -de los que solían ser denominados protegidos hasta que la muerte reciente de dos de ellos mostró su desprotección- dijo a la PGR que El Barbas inició a Guzmán Loera en el negocio de las drogas y cuando El Chapo cayó en la cárcel, sus paisanos y parientes, los hermanos Beltrán Leyva no sólo lo apoyaron financieramente para que mantuviera en los penales donde purgaba sentencias el tren de vida que le era conocido y pudiera pagar la operación que lo puso en libertad, sino que también gestionaron los intereses empresariales de El Chapo hasta que retornó a ocuparse de ellos directamente.
"Marcelo Peña, un cuñado del Chapo que se acogió al programa de testigos protegidos bajo el nombre clave de Julio, fue quien comunicó a las autoridades esta versión de que los Beltrán Leyva introdujeron en el narcotráfico a Joaquín Guzmán Loera: Arturo Beltrán Leyva es primo lejano de El Chapo, a quien inició en el negocio de la cocaína, ya que me lo dijo Beltrán una vez que fui a pedir dinero por parte de El Chapo a la ciudad de Querétaro... (en) 1995 ó 1996" (Diego Enrique Osorno, El Cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco, Grijalbo, 2009).
En la guerra que libran entre sí las bandas del narcotráfico todo se vale. Un día fue detenido Archibaldo Guzmán, hijo de El Chapo, las autoridades pretendían presionar a su padre para que se entregara. Conjeturo que, en respuesta, Guzmán Loera se negó a hacerlo, pero ofreció a cambio, quizá, poner (es decir, referir su ubicación) a un jefe mafioso importante, a fin de que el gobierno se anotara un triunfo, y un favor se pagara con otro favor. El 21 de enero de 2008 fue detenido, en su casa, donde se hallaba tan tranquilo que había despedido a su escolta, Alfredo Beltrán Leyva, apodado El Mochomo, hermano de Arturo y responsable del traslado de cocaína a Estados Unidos. En su familia se atribuyó a El Chapo la delación que permitió la captura, y creyeron comprobarlo el 11 de abril siguiente, cuando El Chapito fue puesto en libertad.
Comenzaron entonces las represalias. Arturo Beltrán Leyva las ejerció con fiereza. El 9 de mayo otro hijo del Chapo, Edgar Guzmán, fue acribillado en el estacionamiento de un supermercado en Culiacán. Un grupo de matones que viajaban en tres vehículos dispararon más de 300 balazos contra Guzmán y sus tres acompañantes. Todos murieron. Si las autoridades federales hubieran tenido interés y capacidad para investigar el crimen, les habría bastado tomar nota de narcomensajes que antecedieron al atentado: "Soy el jefe de la plaza", "Soldaditos de plomo, federales de paja, aquí el territorio es de Arturo Beltrán", y "Policías soldados, para que les quede claro, El Mochomo sigue pesando. Atte. Arturo Beltrán Leyva".
Dos días antes el poder del firmante se había manifestado lejos de allí, como él mismo se hallaba. Se le había localizado en Cuernavaca y a pesar de las reticencias de algunos jefes policiacos, amarchantados con Beltrán Leyva, se dirigió contra él una operación para detenerlo, que fracasó. No pasaron siquiera 24 horas cuando el comandante que encabezó el intento, y virtualmente también la Policía Federal Preventiva, Édgar Eusebio Millán, fue asesinado en la colonia Guerrero.
A pesar de ese amago en su contra, Beltrán Leyva permaneció en Cuernavaca y sus alrededores. El viernes pasado quizá estaba en una fiesta en la que irrumpió la Infantería de Marina. No lo detuvo entonces, pero consiguió información que le permitió ir por él a su domicilio, un condominio céntrico y elegante en pleno centro de la capital de Morelos, preferida antes por Amado Carrillo y Juan José Esparragoza, El Azul, que estuvo en un tris de emparentar hace años con el entonces gobernador Sergio Estrada Cajigal, que pretendió a la hija del mafioso.
El Barbas no fue detenido, sino muerto en la refriega que su gente inició ante la llegada de los marinos. El Chapo ya podrá respirar tranquilo.
Cajón de Sastre
El domingo a medio día sufrí un tropezón por el que casi me lesiono las dos piernas, al pisar un tablón inestable que cubría una horadación en plena banqueta del Templo Mayor, justamente donde desem- boca la calle de Argentina. No lo hice en ese momento por las consecuencias inmediatas del percance, y no he tenido tiempo de averiguar después a quién cabe la responsabilidad de hacer un agujero en plena banqueta y no cubrirlo adecuadamente con una plataforma fija que impida el bamboleo por el cual sufrí lesiones no por superficiales menos graves. Puede ser el gobierno de la Ciudad de México, Telmex, la CFE, el INAH o cualquier contratista irresponsable que expone a la abundante multitud que circula por ahí a riesgos que podrían ser mucho mayores que el que se consumó conmigo. No se trata de un accidente sino de la consecuencia de la falta de respeto a los demás de quien quiera que haya abierto esta zanja sin cubrirla adecuadamente. Cito el caso no porque se trate de mí mismo, sino porque algo semejante pudo haberle ocurrido ya o puede ocurrirle a cientos de personas que transitan por ese lugar.
miguelangel@granadoschapa.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario