Fuerzas Armadas Javier Ibarrola 2009-12-23
La muerte de Arturo Beltrán Leyva y la atinada forma en que el personal de la Marina-Armada de México llegó hasta él, rompiendo los escudos de seguridad que protegían a uno de los más peligrosos y sangrientos narcotraficantes, desde luego marcan un triunfo para el gobierno de Felipe Calderón, pero también deja abierta una puerta muy ancha por donde se podrá entrar más fácilmente para desentrañar la red de la delincuencia que tanto daño ha causado al país.
Y tan la deja abierta que, una vez más, el gobierno subestimó la reacción violenta por parte de la gente de Beltrán Leyva, al grado de que aún velaban en su casa al marino Melquisedet Angulo, muerto en el operativo para detener al Jefe de jefes, cuando un comando llegó a la casa del marino y mató a balazos a la madre de éste.
La reacción es normal. Los narcotraficantes no se quedan callados ni les espanta el discurso presidencial de que no habrá tregua ni cuartel para ellos.
Pero más allá de esto hay muchas preguntas y pocas respuestas. ¿Porqué la misión de Cuernavaca no se le encargó al Ejército, que después de todo fue quien desde el primer día de gobierno se hizo cargo de eso que dieron en llamar guerra?
Y lo que debió ser una operación limpia de sospecha, despertó ya una serie de conjeturas que llegaron ya a la especie de que había militares, además de policías, inmiscuidos en labores de protección para El jefe de jefes, además del ataque en la casa del marino muerto en acción.
La muerte de Arturo Beltrán Leyva no debe minimizarse ni calificarse como un acto para atraer los reflectores mediáticos, como ya se apresuraron a decir algunos legisladores opositores al régimen de Felipe Calderón.
Por el contrario, habrá que reconocer y ponderar la labor de inteligencia realizada por la Marina-Armada de México, cuyos miembros vieron finalmente coronada su labor de más de un año de investigaciones.
Pero a pesar de la efectividad del operativo, ahora más que nunca las fuerzas federales, ya sean militares, marinos o policías deberán estar alertas a la ya demostrada reacción violenta que lanzaron los grandes narcotraficantes.
El presidente Calderón declaró ayer que su gobierno no dará marcha atrás en esta lucha. Desde luego no sólo se trata de enviar más soldados y marinos, sino arrestar a aquellos inmiscuidos en el narcotráfico: funcionarios, militares, marinos, policías, todos los traidores, sea cual sea su posición.
Es muy posible que lo que aún no se conoce del caso, sea más grave que la muerte de un grupo de delincuentes. Ya también se espera saber quiénes son los que estaban en esa lista que encontraron los marinos donde cayó Beltrán Leyva y que con toda seguridad formaban parte de los grupos de guardaespaldas que cuidaban a Beltrán Leyva y le pasaban información sensible sobre los operativos del Ejército.
Sobre esto el instituto armado no ha dicho una sola palabra, sin embargo ahí están los nueve oficiales detenidos hace un par de meses acusados precisamente de filtrar información. El Ejército se ha negado a informar sobre el caso, aun cuando se le solicitó oficialmente a través del Instituto Federal de Acceso a la Información.
De ahí que más allá del golpe asestado por la Marina, el gobierno ya no podrá echarse atrás no sólo en la lucha contra los narcotraficantes, sino en localizar y detener a todos aquellos que se pasaron al enemigo, sea quien sea.
Por otra parte deberá haber una estricta coordinación. Cada acto de guerra, es una “labor de equipo”, es la colaboración decidida del dirigente y dirigidos, de los que planifican y los que ejecutan los planes.
“El adiestramiento, el equipo, el ánimo y el valor de la tropa nada valen si ésta carece de un líder capaz”.
Me escribe ante estos acontecimientos Lina Rodríguez Cantú: “Los ciudadanos no queríamos fuerzas especiales de las policías municipales… ¡ni estatales! Requeríamos a los soldados. Necesitamos que nos cuidara el Ejército, que los malos supieran que no estábamos solos, que tarde o temprano llegarán a ellos. Necesitamos al Ejército en las calles. A esta gente no la para nadie”.
Respecto de lo que realmente pasó en Cuernavaca, el Centro de Análisis y Opinión de Militares y Marinos Retirados (Caomir) dice con preocupación que no es posible seguir pensando en que en este país no pasa nada, hasta que pasa.
Los miembros del Caomir, todos relacionados alguna vez con el tema de la seguridad nacional y combate al narcotráfico, han señalado que lo que no les queda claro es si Felipe Calderón, durante los tres años transcurridos de su sexenio, se ha sentado a reflexionar sobre los asuntos de capital importancia para el país, ajenos a perpetuarse junto con sus amigos en la cúpula del poder.
Lo que pasó en Cuernavaca debe quedar muy claro para la sociedad mexicana, so pena de que a Calderón le salga el chirrión por el palito y sus colaboradores más cercanos y amigos se vuelvan sus enemigos
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La muerte de Arturo Beltrán Leyva y la atinada forma en que el personal de la Marina-Armada de México llegó hasta él, rompiendo los escudos de seguridad que protegían a uno de los más peligrosos y sangrientos narcotraficantes, desde luego marcan un triunfo para el gobierno de Felipe Calderón, pero también deja abierta una puerta muy ancha por donde se podrá entrar más fácilmente para desentrañar la red de la delincuencia que tanto daño ha causado al país.
Y tan la deja abierta que, una vez más, el gobierno subestimó la reacción violenta por parte de la gente de Beltrán Leyva, al grado de que aún velaban en su casa al marino Melquisedet Angulo, muerto en el operativo para detener al Jefe de jefes, cuando un comando llegó a la casa del marino y mató a balazos a la madre de éste.
La reacción es normal. Los narcotraficantes no se quedan callados ni les espanta el discurso presidencial de que no habrá tregua ni cuartel para ellos.
Pero más allá de esto hay muchas preguntas y pocas respuestas. ¿Porqué la misión de Cuernavaca no se le encargó al Ejército, que después de todo fue quien desde el primer día de gobierno se hizo cargo de eso que dieron en llamar guerra?
Y lo que debió ser una operación limpia de sospecha, despertó ya una serie de conjeturas que llegaron ya a la especie de que había militares, además de policías, inmiscuidos en labores de protección para El jefe de jefes, además del ataque en la casa del marino muerto en acción.
La muerte de Arturo Beltrán Leyva no debe minimizarse ni calificarse como un acto para atraer los reflectores mediáticos, como ya se apresuraron a decir algunos legisladores opositores al régimen de Felipe Calderón.
Por el contrario, habrá que reconocer y ponderar la labor de inteligencia realizada por la Marina-Armada de México, cuyos miembros vieron finalmente coronada su labor de más de un año de investigaciones.
Pero a pesar de la efectividad del operativo, ahora más que nunca las fuerzas federales, ya sean militares, marinos o policías deberán estar alertas a la ya demostrada reacción violenta que lanzaron los grandes narcotraficantes.
El presidente Calderón declaró ayer que su gobierno no dará marcha atrás en esta lucha. Desde luego no sólo se trata de enviar más soldados y marinos, sino arrestar a aquellos inmiscuidos en el narcotráfico: funcionarios, militares, marinos, policías, todos los traidores, sea cual sea su posición.
Es muy posible que lo que aún no se conoce del caso, sea más grave que la muerte de un grupo de delincuentes. Ya también se espera saber quiénes son los que estaban en esa lista que encontraron los marinos donde cayó Beltrán Leyva y que con toda seguridad formaban parte de los grupos de guardaespaldas que cuidaban a Beltrán Leyva y le pasaban información sensible sobre los operativos del Ejército.
Sobre esto el instituto armado no ha dicho una sola palabra, sin embargo ahí están los nueve oficiales detenidos hace un par de meses acusados precisamente de filtrar información. El Ejército se ha negado a informar sobre el caso, aun cuando se le solicitó oficialmente a través del Instituto Federal de Acceso a la Información.
De ahí que más allá del golpe asestado por la Marina, el gobierno ya no podrá echarse atrás no sólo en la lucha contra los narcotraficantes, sino en localizar y detener a todos aquellos que se pasaron al enemigo, sea quien sea.
Por otra parte deberá haber una estricta coordinación. Cada acto de guerra, es una “labor de equipo”, es la colaboración decidida del dirigente y dirigidos, de los que planifican y los que ejecutan los planes.
“El adiestramiento, el equipo, el ánimo y el valor de la tropa nada valen si ésta carece de un líder capaz”.
Me escribe ante estos acontecimientos Lina Rodríguez Cantú: “Los ciudadanos no queríamos fuerzas especiales de las policías municipales… ¡ni estatales! Requeríamos a los soldados. Necesitamos que nos cuidara el Ejército, que los malos supieran que no estábamos solos, que tarde o temprano llegarán a ellos. Necesitamos al Ejército en las calles. A esta gente no la para nadie”.
Respecto de lo que realmente pasó en Cuernavaca, el Centro de Análisis y Opinión de Militares y Marinos Retirados (Caomir) dice con preocupación que no es posible seguir pensando en que en este país no pasa nada, hasta que pasa.
Los miembros del Caomir, todos relacionados alguna vez con el tema de la seguridad nacional y combate al narcotráfico, han señalado que lo que no les queda claro es si Felipe Calderón, durante los tres años transcurridos de su sexenio, se ha sentado a reflexionar sobre los asuntos de capital importancia para el país, ajenos a perpetuarse junto con sus amigos en la cúpula del poder.
Lo que pasó en Cuernavaca debe quedar muy claro para la sociedad mexicana, so pena de que a Calderón le salga el chirrión por el palito y sus colaboradores más cercanos y amigos se vuelvan sus enemigos
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