Emma Díaz Ruiz "Paquita"
El Tri le ganó a Estados Unidos y Canadá nos impuso visas a los mexicanos. Esto debe de hincharnos de coraje y orgullo “nacionalista”, de ese nacionalismo superficial y ramplón que no llega a cuajarse en uno auténtico y profundo. Desde muchos espacios, la decisión de los canadienses ha sacado a flote el complejo de ser “los rechazados”, que últimamente ha permeado en nuestra idiosincrasia. Ya escucho a los “niños bien” diciendo que los “mugrosos” que “nada más van a pasearse a Canadá para no tener que trabajar durante tres años” son los culpables de que ellos no puedan visitar a su familia (también migrante) que vive en ese país.
Alguna vez el comentarista ultraconservador O’Reilly le dijo a Vicente Fox acerca del muro fronterizo: “tenemos que hacerlo, porque el gobierno mexicano no quiere detener el caos, no lo quiere hacer” y se refirió a la dificultad que tenemos los mexicanos para ganar dinero en nuestro propio país. En esto es en lo único que concuerdo con O’Reilly; el problema de la migración es responsabilidad total del gobierno mexicano. Desde esta perspectiva se puede entender la reacción de Calderón que, ofendido, pide dar marcha atrás a esta medida. Por una parte, le están cerrando una de las pocas válvulas de escape que no dejan dar cuenta de la magnitud del problema de la pobreza en México y, por la otra, es un regaño sutil porque no está ofreciendo garantías de seguridad, ni física ni económica al pueblo. Ése es el fondo de la molestia; un bloqueo que puede incidir en la ingobernabilidad, y una acusación intrínseca de incompetencia. Hasta le han adosado el mote a nuestro país de Estado fallido.
Pero resulta que en México, las mineras canadienses han estado depredando recursos naturales y beneficiándose de la mano de obra, han mantenido a los mineros en condiciones muy precarias para hacer su trabajo. Es simple y llanamente la explotación de recursos (físicos y humanos) mexicanos para beneficio de los extranjeros.
Sí, ahí aparece el estado fallido. Ahí donde el gobierno nos deja desprotegidos, recortando apoyos y derechos al pueblo para enfrentar un comercio en condiciones desiguales, que compite con campos subsidiados y economías nacionalistas a ultranza en tiempos de crisis, que se tiene que relegar al papel de operador y sólo en casos excepcionales funge como creador de tecnología, cuestión que nos deja hasta el final de la cadena de producción; solamente oscilando entre el consumo y la manufactura.
Una nación tiene derecho a planificar su desarrollo y a no supeditarlo a factores externos. Pero si este es el acuerdo primordial, ¿de qué se trata el Tratado de Libre Comercio de América del Norte? Es decir, en términos de competitividad, uno de los puntos fuertes en nuestro país es, tristemente, la mano de obra barata. Bueno, ¿por qué no hay libre competencia en ese rubro? ¿Por qué el ASPAN propone en un principio el libre tránsito entre los países del norte, mientras se les niega la entrada a los transportes mexicanos que llevan mercancía a Estados Unidos? Bueno, si en principio el destino de las tres naciones depende, por una parte del libre comercio entre ellos, ¿por qué pasa el dinero y no las personas? ¿El trabajo humano no es un factor importante en la actividad económica? La verdad es que Canadá y Estados Unidos no creen en el libre mercado.
Es simple. Las razones por la que los socios del norte quieren ser aliados de México son esencialmente dos: una, que estamos jodidos (tenemos flexibilidad laboral, traducido a términos económicos ortodoxos) y dos, que somos un chingo (tenemos un tamaño de mercado respetable, en dialecto libremercantista) Entonces, les resulta conveniente tener en nuestra nación un socio comercial que se mantenga jodido, ¡sí! Pero tampoco tanto que se nos ocurra a todos buscar asilo con nuestros “aliados”, sólo lo suficiente para que Canadá y Estados Unidos sigan recogiendo las mieles de nuestra miseria, jamás las hieles. En pocas palabras, exportar la idea de libre mercado para el socio desfavorecido y continuar protegiendo a toda costa el mercado interno.
Es la gran hipocresía que encubre al fondo, un verdadero orgullo y coraje nacionalista debido a la goliza que en el terreno económico todos los días propinan los dos países ricachones a su compadre mexicano que continúa vanagloriándose de ostentar la máxima copa del tercermundismo: estamos jodidos y somos un chingo.
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