Ladillas
La Republica (adaptada a México)
Versión del Lic. Mefistófeles Satanás
Sócrates se bajó del metrobus y luego luego busco si no le habían bajado la cartera. Afortunadamente, no lo habían robado. Lo que si había pasado es que como venia vestido con toga a la usanza antigua varios cabrones le habían sobado las nalgas. Sócrates no objeto: después de todo era griego.
Sócrates caminó por el centro histórico. Se encontró a otro cabrón con trapos a la antigua, un tal PANcefalo. Los dos se saludaron y se metieron al Sangron’s. Viendo un libro de Charlie Cuauhtemoc Sánchez, “Usted También, Pobre Pendejo, Puede Ser Un Ganador”, Sócrates le preguntó a PANcefalo: “Dígame, PANcefalo, ¿Qué se necesita para ser un ganador?”
“Pos compra el libro no seas huevon, ¿veeeesss?,” le respondió PANcefalo a Sócrates en forma altanera. Era evidente que PANcefalo veía con desprecio a Sócrates, que era más moreno que él.
“No sea ojete, PANcefalo, usted es obviamente del México Ganador y hasta eres güerito. Dígame, ¿que se necesita para ser un ganador?”
“Bien, eso es sencillo,” dijo PANcefalo mientras mataba una cucarachota que estaba encima del pan dulce, “lo que se necesita es honrar a las instituciones y obedecer sus leyes.”
“Pero dígame,” preguntó Sócrates, “suponga que en una noche de julio un peligro para México va a adelante en las elecciones. Si va a respetar a las instituciones entonces debe dejar que ese peligro llegue a la presidencia, ¿no?”
“Eso es diferente,” contestó PANcefalo, “en tal caso, por el bien de las mismas instituciones, debemos mandarlas al carajo y hacer fraude electoral.”
Sócrates y PANcefalo se fueron cada quien por su lado. El filosofo concluyo que no, la verdadera justicia no reside tan solo en “respetar las instituciones”, por lo menos no en México donde cualquier cabrón las manda a la chingada con un fraude electoral.
Sócrates encontró entre los plomeros que están enfrente de la catedral a Polemarco, otro fulano vestido a la griega y antiguo discípulo suyo.
“¿Cómo estas Polemarco?” preguntó Sócrates.
“Muriéndome de hambre, maestro. No hay empleo. Quiero por lo menos juntar para el coyote e irme de mojado.”
“Dime, Polemarco, ¿sigues pensando en temas filosóficos?”
“El hambre me hace alucinar, maestro, en tal caso, si. Hace poco concluí que el hombre justo es el que jode a los que le hacen mal y defiende a los débiles.”
“Ese es el punto de vista convencional,” admitió Sócrates.
“Bueno, también es la definición de terrorista de acuerdo al gobierno. Si me atrevo a decir eso abiertamente me van a caer los federales y me van a poner una putiza. Seré hambriento pero no pendejo. Por eso es que mejor me voy de mojado.”
“Que te vaya bien,” dijo Sócrates dándoles unas dracmas para que se ayudara.
Siguiendo su periplo, Sócrates se encontró al Lic. Tranzamaco, conocido PRIista, enfrente del prostíbulo conocido como San Lazaro.
“Hola, Tranzamaco,” dijo Sócrates, “hace tiempo que no os veo.”
“En efecto, don Sócrates, desde que le arregle aquella bronca que tenia usted con unos ejidatarios en Arcadia. Pero, como ve, ya he evolucionado y ahora defiendo transnacionales. Es mas, me acaban de nominar como candidato a diputado plurinominal en un distrito ‘seguro’. Como quien dice, ya chingue. Cuando necesite algo, don Sócrates, aquí está mi tarjeta.”
“Oiga, don Tranza,” dijo Sócrates guardándose con cuidado la tarjeta por si las moscas, “ya vide que soy llevado por la mala, dígame, ¿de acuerdo a usted, que es su definición de la justicia?”
“Ah, eso es muy sencillo, joder al que se deje joder.”
“¿Hay quien se deja joder?” preguntó asombrado Sócrates.
“Bueno, es un decir,” aclaró Tranzamaco. “Lo que pasa es que al que se jode es siempre al que tiene menos dinero. Ya vide oste que las gallinas de arriba cagan a las de abajo.”
“O sea, tu definición de la justicia es que es la voluntad del mas fuerte.”
“A huevo. ¿Cuándo chingaos no lo ha sido? Ah que don Sócrates, siempre tan güason. Ni que viviéramos en un estado de derecho, juar juar. Pase de lo que esta fumando para andar iguales.”
Sócrates siguió su periplo y encontró unos soldados poniendo unas vallas. Había dos que no estaban vestidos de verde olivo sino que vestían de hoplitas griegos (razón por la que el resto de los soldados se mofaban de ellos). Sócrates los reconoció como Glaucon y Adamantus, antiguos discípulos suyos.
“Hola muchachos. ¿Qué hacen en el ejercito?”
“No había de otra, maestro. El hambre es cabrona,” explico Glaucon.
“No nos importaría pero al sargento le gusta andar agarrandonos las nalgas,” se quejó Adamantus.
“Ah caray, y bien, díganme, muchachos, ¿les parece bien interrumpir el libre transito?”
“Es que, maestro, el enano va a inaugurar un ATM por eso estamos poniendo estas vallas.
“No chinguen,” se rió Sócrates. “El licenciado Pericles inauguró el Partenón. ¿Y este enano va a inaugurar un ATM?”
“Pos ni modo que fuera a inaugurar una refinería,” explicó Adamantus. “Pero el infeliz tiene que inaugurar algo, ansina que por lo menos va a inaugurar este ATM.”
“Pero no, nos parece justo interrumpir el libre transito pero son ordenes,” admitió Glaucon.
“O sea que para ustedes ¿lo justo es lo que se les ordena hacer?”
“Si no obedecemos nos ponen como al perico,” afirmó Glaucon.
“Nos supervisan unos changos del
“Entonces ¿ustedes hacen lo que consideran ‘justo’ por puro miedo?” preguntó Sócrates.
“Pos si, maestro, y este no anda en burros,” admitió Glaucon.
Sacudiendo la cabeza con tristeza Sócrates se despidió de los dos soldados. Eventualmente el filosofo se metió a una cantina y decidió que encontraría la verdad en el neutle de Xochitl. Ya con varias jicaras encima y profundamente fumigado y después de mucho discutir con otros borrachos, Sócrates concluyo que solo el que ama la justicia será verdaderamente feliz. Y el que es feliz en México es entonces un grandísimo pendejo. De ahí que el que en México ama la justicia es un verdadero pendejo.
Nada de estas conclusiones las escribió Sócrates. Platón, otro borracho que estaba en esa cantina en esos momentos, más o menos hizo estas declaraciones cuando lo llamaron a testificar por el asesinato del filosofo. Por quien sabe que motivos (tal vez Sócrates hizo una pregunta mamona) se armó una trifulca en la cantina y alguien le enterró un cuchillo a Sócrates en el buche.
A pesar de que Platón estaba demasiado borracho para hacerlo y no tenía bronca con Sócrates de todas maneras le endilgaron el crimen pues era el único borracho que los policías encontraron tirado durmiendo la mona en el lugar del asesinato. Platón acabó en un Cereso. Le hicieron en realidad un favor pues ahí Platón se relacionó con unos zetas y les dijo que a través de él podrían establecer canales de distribución de talquito en todos los centros vacacionales de Grecia. Platón tiene ahora una mansionzota en Creta y vive como príncipe y bendice siempre y ofrece sacrificios a los dioses en nombre de Sócrates.
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