martes, 14 de abril de 2009

El Canal Once huele a podrido

La censura travesti

Fernando del Paso
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Juan Molinar Horcasitas, Fernando Sariñana, Felipe Calderón, Margarita Zavala y Fernando Gómez Mont, durante la presentación de la nueva programación e imagen de Once TV México, el pasado 27 de marzoFoto Yazmín Ortega Cortés
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omo ciudadano y como escritor, como amante de la cultura, me siento calificado para dar una opinión sobre los cambios que ha sufrido –sufrido es la palabra exacta– el canal que durante 50 años se llamó Canal Once, y hoy Once TV México. Pero hay algo más que me autoriza: durante 14 años trabajé en agencias de publicidad, en las cuales no sólo aprendí cómo se manipula la conciencia del consumidor: también los secretos y trucos de la mercadotecnia y, con ella, de las estrategias mediáticas de la radio y la televisión. Durante dos de esos años fui uno de los tres escritores de un programa que producía la agencia Walter Thompson para el Servicio de Información de la embajada de Estados Unidos, llamado El mundo en marcha, que se transmitía todos los sábados a las ocho de la noche por la XEW. Fue entonces que también aprendí cómo se manipulan las noticias, un conocimiento que tuve oportunidad de ampliar y profundizar con creces durante otros 14 años, que fueron aquellos en los que trabajé como periodista, locutor, traductor y productor de noticieros y programas en el Servicio Latinoamericano de la BBC de Londres y, durante un año más, en Radio Francia Internacional. Otra cosa me enseñó este oficio: la importancia de los horarios de transmisión, un elemento que puede también manipularse al gusto para darle mayor importancia a un determinado programa, o para relegarlo al olvido en la mente de quien lo escucha o lo ve. Esta segunda posibilidad es un ejemplo clásico de lo que se conoce como censura disfrazada. Una censura travesti.

Y es el caso de Conversando con Cristina, un programa de entrevistas que, como saben bien los lectores, ha sido conducido por Cristina Pacheco durante 11 años, transmitido en vivo todos los viernes a las ocho de la noche por el Once. Por este programa ha desfilado medio México, o México y medio: toda clase de personalidades de la música –clásica y popular– y de las letras, del mundo del arte y del folclor, del periodismo, del espectáculo y de la farándula, de la ciencia y la cultura: todos han caído en las redes de una de las mejores y más inteligentes, más hábiles y simpáticas periodistas del país. Y con ellos y sus palabras México se ha enriquecido. Ahora resulta que la dirección del Once decidió cambiar este programa para los domingos a las seis de la tarde. Cristina se opuso pero, como donde manda capitán no gobierna marinero, prefirió renunciar. Leí en Proceso que este capitán, Fernando Sariñana, declaró que el nuevo horario ofrecido tenía un mejor rating. Se necesita graduarse de ingenuo y diplomarse de ignorante para comulgar con esa rueda de molino. Parece que Sariñana no sabe que en nuestro país la gente comienza a comer, los domingos, a las cuatro o cinco de la tarde. ¿Quién va a tener ganas, por Dios, de interrumpir la comida a las seis para ver un programa de entrevistas? Y en lo que al invitado o invitados del programa concierne, ¿quién o quiénes estarían dispuestos a sacrificar su descanso y su reunión familiar para presentarse en domingo en un canal a esas horas? Ah, para esto, Sariñana tuvo una propuesta: grabar el programa con anticipación. Parecería que Sariñana nunca ha visto Conversando con Cristina, pero yo sí, 100 veces, y como otra infinidad de personas sé que este programa está vivo en dos sentidos: uno, porque ocurre cuando se ve; otro, porque durante su curso Cristina y su invitado o invitados reciben numerosas llamadas por teléfono de un público que espera una respuesta para una interrogante o una reacción ante sus opiniones. Y suele obtener ambas. Dice Sariñana: los espacios no son de las personas, son de la televisión pública. Éste es el criterio que correspondería más a una televisión comercial que a una televisión cultural. No, señor Sariñana: cuando un canal se respeta, y respeta a su público, sabe muy bien que los espacios son del teleauditorio. Y algo más: ya es tiempo que usted aprenda a distinguir entre el rating de cantidad de público y el rating de calidad del público.

Otro escándalo, y ejemplo también de una censura travesti, es el cambio de horario del programa Primer plano, que se transmitió durante muchos años a las diez de la noche de cada lunes por el Once. Quien lo ha visto sabe muy bien que éste es uno de los espacios más inteligentes y con mayor libertad de toda la televisión que se ve en este país. Sus participantes son personas cultas y bien informadas, brillantes, que expresan sus puntos de vista sobre los asuntos nacionales e internacionales de actualidad. No escapa a su crítica, cuando así lo consideran pertinente, ningún partido político y tampoco ningún personaje de la política. Se entiende así que su franqueza pueda molestar a algunos de esos políticos, e incluso, en ocasiones, a los empresarios con vocación partidista o intereses en el gobierno. Desde luego, ésta es, en un país como México, una razón suficiente para cambiar su horario y transmitirlo ahora a partir de las 11 de la noche. Por supuesto, no se necesita ser un experto para estar de acuerdo con Virgilio Caballero: se corre el riesgo de que Primer plano pierda una gran parte de su auditorio: todos aquellos –miles– que tienen arraigado el hábito, más por necesidad que por gusto, de dormirse a las 11 de la noche, ya no volverán a ver el programa. Yo seré uno de los primeros desertores. El Once anuncia que también, a esa hora, se transmitirán de martes a viernes otros programas de opinión. Sabia medida: mientras más tarde pasen, menos público tendrán.

Por último, el noticiero de Adriana Pérez Cañedo también recibió un golpe bajo. La creación de nuevos espacios destinados a las noticias no justifica la mutilación del noticiero más visto y más completo del día, que pasó, de durar una hora, a 30 minutos. Pero quizás lo más grave es que esa media hora que le dejaron comienza no a las nueve de la noche, sino a las nueve y media. Es lógico prever que un gran número de sus televidentes anteriores, entre aquellos que tienen Cablevisión –y que también pueden ser miles–, acostumbrados a ver las noticias a las nueve de la noche, se pasen al noticiero de CNN en español que comienza a esa hora, llamado México-Perspectivas, y que no sólo contiene una información muy amplia sobre nuestro país y el resto de Latinoamérica: también, gracias a sus recursos –que entre otras cosas le permiten tener corresponsales en todo el mundo–, una información internacional rica en detalles y en imágenes. No es de suponerse que este auditorio interrumpa a la mitad este noticiero, que dura una hora, para pasar a las 21:30 al noticiero del Once.

Creo que vale la pena recordar que en los años 50 del siglo pasado, el periodista Edward Murrow protagonizaba, en la cadena televisiva estadunidense CBS, el programa Good night, good luck –Buenas noches, buena suerte–, en el que atacaba con razón y con ferocidad al senador McCarthy y con él al siniestro macartismo. Cuando las presiones políticas contra el programa se volvieron insoportables, el director de la emisora no lo sacó del aire. Lo redujo de una hora a media hora y lo cambió de horario y de día: lo puso los domingos en la tarde. Y así acabó con él.


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