Lydia Cacho Plan B 08 de octubre de 2009 |
Es un tema delicado. Cuestionar por razones éticas una obra literaria abre un sendero peligroso porque puede conducir a la censura disfrazada con pretextos subjetivos. Sin duda, el arte puede y debe abordar temas que dan cuenta de los abismos del alma humana y la perversidad de algunas prácticas sociales.
Eso no significa que las y los artistas queden desvinculados moralmente de las consecuencias de sus obras. ¿Debemos difundir un texto que hace una apología de la tortura? ¿En nombre del arte debemos aceptar películas que promuevan la violación de menores?
El problema no es que Gabriel García Márquez haya escrito una obra sobre un pederasta, sino el tratamiento condescendiente y cómplice de un anciano que hace comprar una niña que es drogada para prostituirla.
Succar Kuri se “enamoraba” de las niñas de las que abusaba y cuyas vidas destruía, convencido de que a ellas les gustaba, y que la prostitución las sacaba de la pobreza. El pederasta y el violador suelen autojustificarse bajo la pretensión de que sus víctimas llegarán a disfrutarlo o, incluso, a enamorarse.
Justamente ese es el corolario de la novela de García Márquez y de allí su impacto. El embellecimiento de la pederastia manejada como una historia de amor entre un anciano y una niña de 13 no sólo es inmoral, sino también inverosímil. Ese es el problema. Una película termina legitimando a todo aquél que quiera abusar de un niño o una niña bajo el “poético” pretexto de haberse enamorado. Cada día desaparecen niñas en México porque un hombre exigió una menor en un prostíbulo.
Nadie está negando el extraordinario aporte de García Márquez a la literatura ni su derecho a publicar. La pregunta de fondo es si sus méritos lo eximen, junto a los productores, de la responsabilidad moral al masificar un tema tan delicado como la trata de niñas desde una perspectiva romántica.
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