Rosario Ibarra Crimen atávico 08 de octubre de 2009 |
Inicia el texto con la narración de algo insólito que sucedió en Monterrey: la proyección en el noticiario Telediario de aquella ciudad de “imágenes de policías municipales torturando a una persona con una tabla, en las celdas del municipio de Apodaca, Nuevo León”.
¡Con una tabla! Y brotó en mi mente el recuerdo de aquel jovencito de 22 años que llegó un día a mi puerta a entregarme el testimonio de lo que vio y sufrió en las instalaciones de la Dirección Federal de Seguridad (DFS, Circular de Morelia número 8, colonia Roma, DF), feudo terrorífico de Nazar Haro en aquellos años.
Escribió el joven Domingo que los pusieron en fila a él y a dos amigos suyos, y que con una tabla les pegaban en muslos, espinillas y glúteos, que el dolor era intensísimo y que gradualmente subían los golpes a los testículos, al abdomen y al pecho. Los tres cayeron al suelo y casi inconscientes los aventaron al interior de un vehículo, y que sintieron que Sofonías rodaba y les caía encima y que su cuerpo estaba muy frío.
Los encerraron en un sótano del Campo Militar Número Uno y jamás supieron qué pasó con el cadáver de Sofonías. Domingo y 147 personas más salieron del fatídico campo por la presión ejercida por miles de mexicanos y de ciudadanos de otros países solidarios en la lucha por la libertad y la justicia, pero poco tiempo después el joven Domingo murió en una emboscada y su cuerpo nunca fue entregado a sus familiares, lo que es también una forma de tortura.
Sentada, con el periódico en las manos, quedé mucho tiempo sumergida en el recuerdo de los relatos escuchados durante tantos años... Que si “lo primero que me hicieron fue el teléfono... los golpes fuertes sobre las orejas que te sacuden los sesos y te dejan sordo por algún tiempo... si te va bien”. “Y los toques en los dientes y, si cierras la boca, te queman la cara... y en los testículos... no puedes imaginar lo que se siente...”
“El pollo rostizado son palabras mayores. Te cuelgan amarrado de un tubo y sientes el calor de la lumbre debajo y piensas que te van a dejar caer a las llamas...”
Y me llega a la mente el recuerdo de otro joven que perdió un brazo, porque Nazar Haro lo tuvo colgado tres días.
“¿Y el pozole o la pozoleada? Es un tambo enorme lleno de agua sucia en donde se orinan los judiciales. Te amarran las manos a la espalda y te meten la cabeza a esa agua inmunda hasta que casi te ahogas, y lo repiten hasta que dices lo que ellos quieren que digas...”
Me llegó a la mente el recuerdo de mi pobre esposo, que fue sacado de su consultorio una noche y que ya en las instalaciones de la policía judicial, semidesnudo y golpeado a sus 62 años, lo sometieron a la asquerosa “pozoleada” para que les dijera dónde estaba mi hijo, que era ya un perseguido. Mi esposo no sabía dónde estaba, pero si lo hubiera sabido, seguro que jamás lo diría, imaginando lo que serían capaces de hacerle, ya que a él le fracturaron una vértebra, hecho que lo imposibilitó para caminar durante cinco meses.
Son tantas y tan variadas las formas de tortura de las que me he enterado, que me sacuden y me hacen sentir ira por no poder evitarlas. Es la primera vez que he leído algo sobre esa forma llena de sevicia de la conducta humana, y quiero decir que a mí sí me importa y mucho lo que el autor del artículo bautiza como “tortura policial” y que desgraciadamente no es sólo “policial”, sino que ha existido durante los años recientes en nuestro país y en la América entera, llevada a cabo por las llamadas fuerzas armadas de todos y cada uno de los países desde el río Bravo hasta la Patagonia, que son los que a mí me duelen infinitamente.
Sería interminable la narración de lo que me he enterado a lo largo de los 34 años que llevo luchando por la vida y la libertad de los desaparecidos políticos y por justicia para los que llenan las cárceles. Ojalá que muchos sean capaces de sentir aborrecimiento a la tortura y que imaginen que cualquiera puede llegar a ser víctima de ese odioso crimen atávico.
Dirigente del comité ¡Eureka!
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