José Antonio Zorrilla |
20 Feb. 09
Andrés Manuel López Obrador negó al ex director federal de seguridad la libertad anticipada que le solicitó. Había razones bastantes para hacerlo pero el juez y los magistrados federales no vieron el peligro social de dejar libre a un homicida
Tengo miedo. Un asesino anda suelto. Y no es improbable que a lo largo de casi 20 años de prisión haya acumulado rencores que se expresen a balazos, que antes fue el lenguaje con que impuso silencio a Manuel Buendía. Y aunque ciertamente no tiene en su favor en entorno político desde el que actuó en 1984, quizá tenga abiertos los canales de comunicación con el crimen organizado que construyó durante su breve pero productiva estancia al frente de la Dirección Federal de Seguridad, la policía política del gobierno priista a partir de Miguel Alemán.
Primero el juez octavo de distrito de amparo en materia penal, y después los magistrados del segundo tribunal colegiado en materia penal dejaron en libertad anticipada a José Antonio Zorrilla, sentenciado a 35 años de prisión por el homicidio de Manuel Buendía, el columnista político más importante en la segunda mitad del siglo pasado. Esos desaprensivos miembros de la judicatura federal dejaron salir a un delincuente que sólo había purgado 19 años y medio de su condena. Quince años antes de lo dispuesto en su sentencia original Zorrilla está en la calle. Al caer en prisión amenazó furioso a quienes urgimos a la justicia a condenarlo. Anunció que se vengaría de los periodistas que insistieron en descubrir al asesino de Buendía y después en que se le castigara de modo ejemplar, cuando quedó establecido que Zorrilla había urdido y ordenado ultimar al periodista.
Buendía, que durante siete años había mantenido su columna "Red privada" en el más alto nivel de la atención pública, fue asesinado a tiros, por la espalda, la tarde del miércoles 30 de mayo de 1984. Antes que ninguna otra autoridad, Zorrilla llegó al lugar del crimen (Insurgentes Centro casi esquina con Hamburgo) procedente de su oficina en la Plaza de la República, a la vera del Monumento a la Revolución. Tras comprobar la muerte del periodista, a quien consideraba su amigo, subió a la oficina del columnista y hurgó en el afamado archivo de don Manuel. Quizá buscaba la evidencia documental de la información que Buendía tenía en su poder e incriminaba al propio Zorrilla y acaso a algunos otros funcionarios del gobierno de De la Madrid.
Por la noche, en la agencia funeraria se mostró consternado, convertido en el principal de los deudos del periodista. Tan conspicua fue su presencia que el nervioso presidente de la República, al que irritaba el trabajo de Buendía, y estaba por lo mismo ansioso de hacer saber que condenaba el crimen (y por ello acudió al sepelio), le encargó la investigación, como si se trata de un agente del Ministerio Público o de la Policía Judicial. Antes de que se corrigiera el dislate presidencial, Zorrilla tuvo tiempo para generar confusiones y distraer a todos de su central participación en el homicidio, que sólo después supimos que había planeado y ordenado ejecutar a subordinados suyos de la DFS.
Puesta la indagación en la deficiente Procuraduría del Distrito Federal, Zorrilla fue por unos meses más director federal de seguridad, cargo al que había llegado en 1982 de la mano del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, de quien había sido secretario particular. Antes y después de su trabajo al lado de quien sería secretario de Gobernación con Carlos Salinas, Zorrilla había hecho política en su Hidalgo natal. Llegó a ser secretario de Gobierno y diputado federal. Al comenzar 1985, sea que deseara readquirir el fuero que da el Poder Legislativo ante los hechos que había protagonizado, o como resultado de un arreglo con sus superiores para quitarle el mando de una policía política que como nunca hedía a corrupción, fue de nuevo candidato a representar a Pachuca en la Cámara. Pero se advirtió el enorme riesgo de que sus andanzas quedaran al descubierto y en un acto insólito se le despojó de la candidatura, en marzo de 1985. Se le concedió la gracia de desaparecer, de ponerse fuera del alcance de la procuración de justicia, que simulaba buscar al homicida de Buendía pero que al mismo tiempo era constantemente urgida por un grupo de periodistas y los deudos de Buendía, especialmente su hermano Ángel, para que produjera resultados.
Creada por la presión profesional y familiar una fiscalía especial para resolver ese crimen, su titular Miguel Ángel García Domínguez (que después presidió el Supremo Tribunal de Guanajuato, fue ministro de la Suprema Corte y diputado federal) logró atravesar la espesura de falsas investigaciones y determinar que Zorrilla Pérez era el autor intelectual del crimen y había organizado a sus subordinados Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona, Rafael Ávila Moro y Sofía Naya para cometerlo.
Zorrilla Pérez había vuelto a México y en junio de 1989 el procurador Ignacio Morales Lechuga lo aprehendió en su domicilio de las Lomas de Chapultepec. Inició una intensa y costosa batalla jurídica que no impidió que fuera condenado como autor intelectual de la muerte de Buendía. Por eso es lícito, y corresponde con la verdad probada, llamarlo homicida.
Como director de la policía política, Zorrilla Pérez ultimó a Buendía en ejercicio de su cargo o al margen de él, en su propio provecho. En cualquiera de las dos posibilidades actuó desde el poder, haciéndose obedecer por sus subordinados. Esas circunstancias agravaron el delito que cometió, por lo que debió negársele la libertad anticipada, como lo hizo el jefe del gobierno del Distrito Federal hace 5 años, resolución que fue revocada por jueces romos que no advierten las consecuencias de sus actos.
Cajón de Sastre
La convocatoria al foro "México ante la crisis: ¿qué hacer para crecer?" anunciaba que al final de sus sesiones debería establecer un acuerdo para enfrentar la crisis. Algo pasó en el camino y al término de las jornadas donde se expusieron opiniones y propuestas de diversos sectores el resultado fue mucho menor que las expectativas despertadas por dicha convocatoria. Notoriamente no hubo acuerdo para el acuerdo y se emitieron sólo conclusiones pobres, repetitivas y de difícil concreción. Ni siquiera entre las recomendaciones al Ejecutivo hay congruencia de innovación. Malamente los senadores pueden asumir compromisos que en parte deben ser cumplidos por legisladores que ni siquiera son candidatos en este momento. ¡Qué desperdicio de ideas, tiempo y dinero!
Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com
Porfirio Muñoz Ledo Bitácora Republicana 20 de febrero de 2009 |
Minisexenio |
La celeridad con que ocurren todo género de desgracias, ejecuciones, protestas, críticas y torpes reacciones de una autoridad acorralada hacen pensar en el estertor del gobierno. La tragedia es que nada hay previsto para reemplazarlo y que la escasa esperanza disponible comienza a depositarse en dudosas elecciones intermedias.
La autoestima nacional ha llegado tan bajo, que sólo se ofrece a la población confiar en instancias que notoriamente desprecia: la clase política coagulada en partidos. A pesar de los “vividores”, “con esos bueyes hay que arar”, expresó el empresario ultramontano Lorenzo Servitje, e hizo votos porque una “copiosa votación” saque al Ejecutivo del atolladero.
Como éste “no tiene el apoyo de la ciudadanía y la labor del Congreso va a ser mínima”, apela a una suerte de plebiscito inspirado en la caridad cristiana. Afirma con sabor a presagio: “El pobre señor Presidente está a punto de terminar su mandato —digo algo muy serio—, lo va a terminar de hecho, no de derecho, es muy probable”.
El pobreteo, que no la confianza en el liderazgo, como salida de la crisis. Y lo más agudo: el pronóstico de un minisexenio ante la impensable eventualidad de que la ciudadanía aclame en las urnas al mandatario menguante. La aceptación de que México está a punto de ser una nación descabezada y a merced de la voracidad de políticos feudales reciclados, intereses privados insolentes y criminales regocijados por el hundimiento del PANtanic.
CNN: ¿Estado fallido rumbo a guerra civil?
Viernes, 20 Febrero, 2009• Obama-Harper: TLCAN
• ¡¿Y los detonadores, apá…?!
Una guerra contra el extranjero, mi estimado, es un rasguño en el brazo, mientras una guerra civil es una úlcera que devora las vísceras de una nación. Para no perder el estilo de las conductas típicas llega el fin de semana con un alud de focos rojos que amagan con enterrar al cada vez más frágil calderón del (des)gobierno.
El asunto de Purificación Carpinteyro y el balconeo a Luis Téllez, cuyas divertidas grabaciones resulta que, con la novedad, pasaron por las manos (limpias, of course) de Felipe y de ahí fueron remitidas al titular de (des)Gobernación, Fernando Gómez Mont, por cierto acreditado abogado… penalista, conlleva en estricto sentido jurídico un problemón (¡¿ooootro?!) para estos sátrapas del poder (del no poder) que escucharon y no denunciaron el simpático culebrón telefónico y que ahora buscan no quién se las hizo, sino quién se las pague, desplegando cortinas de humo mediáticas que eviten puntualizar si se incurrió en alguna, digamos, violación a la ley, yes?
Junto con pegado están las pendejadas escupidas por esa lacra catastrofista de Economía, Gerardito Ruiz Mateos, que han dado la vuelta al mundo colocando muy en alto el nombre de México con su extraordinario equipo económico y los jinetes de la tormenta, que cabalgan emocionados los mares de la adversidad... que ya asoman su mala cara con las señales enviadas desde Ottawa, Canadá, por Barack Obama y Stephen Harper relacionadas con el mentado TLCAN que, cuando llegue la hora cero (anunciada ya) para abrir y renegociar los acuerdos paralelos en el paquetón con México, la peligrosa papa caliente caerá en el despacho de… ¡¡Economía!!
Chingón.
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Y una recomendación de cine :
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Backyard: una mirada necesaria
Viernes, 20 Febrero, 2009Hoy, justo cuando el gobierno –empeñado a fondo en su campaña electoral y a punta de un discurso propagandístico– se bate a brazo partido contra aquellos que, según el propio Felipe Calderón, sobredimensionan el problema de la violencia del crimen organizado en el país, o que “agoreros del desastre” hacen pública su profunda preocupación sobre los devastadores efectos de la crisis económica y social que vivimos; hoy, digo, cuando la línea es cerrar los ojos, no ver, no hablar y menos todavía atreverse a contar lo que sucede, como si negarse a mirar hiciera a la realidad de otra manera, más a modo de quienes buscan solamente asegurar sus cuotas de poder, llega a las salas de cine Backyard; el traspatio, una película que escrita por Sabina Berman y dirigida por Carlos Carrera, es una mirada profunda, intensa, que no hace concesiones, que revisita una zona tan oscura como vigente de la realidad nacional: un doloroso rayo de luz en estos tiempos en que nos quieren convencer a todo trance de que lo más conveniente es la ceguera.
Escribo sobre una película –me permito estimado lector ese atrevimiento– en la que, invitado por la misma Sabina Berman e Isabelle Tardan, tuve la fortuna, el privilegio de participar, movido por la férrea convicción de que es preciso –y más allá de cualquier imperativo comercial– que muchos mexicanos la vean. Backayard una película a la que Sabina, Carrera, Isabelle y sus intérpretes han dotado de una fuerza, de un poder que la vuelven de tan estrujante, incomoda. Pero: ¿cómo saber quiénes somos si no tenemos el valor de mirarnos también en ese espejo? ¿Cómo enfrentar la tarea de cambiar una realidad de impunidad, corrupción e injusticia si caemos tan fácilmente rendidos ante la puerilidad? ¿Cómo hablar de equidad de género si nuestra memoria flaquea y nos negamos a mirar lo que aun le sucede a miles de mujeres en nuestro país?
Basada en hechos reales y filmada en Ciudad Juárez, en medio de lo que era ya hace apenas un año una marea de violencia incontenible, Backyard reconstruye un drama que no cesa, una tragedia que se torna epidemia: los feminicidios. Si bien la historia que se cuenta arranca en 1996 esa violencia de la que la película habla no ha hecho más que crecer en Ciudad Juárez y extenderse a otras zonas del país. El manto de impunidad que cubría a los asesinos de entonces y cubre a los asesinos de ahora permanece intacto. La corrupción, la indolencia, la ineficiencia en el mejor de los casos, de los cuerpos policíacos no ha hecho sino arraigarse aun más profundamente y todo esto mientras el discurso político gubernamental, lamentablemente, sigue siendo el mismo.
Del tristemente célebre Francisco Barrios que consideraba que las víctimas, por su comportamiento libertino, la minifalda, el baile y los afeites, eran cómplices de su propio asesinato a los dichos y hechos de muchos panistas que hoy son gobierno no hay casi ninguna diferencia. Del discurso propagandístico que acusaba a la prensa de sobre dimensionar el problema de unas cuantas mujeres asesinadas en Juárez para dañar el prestigio de esa ciudad pacífica e industriosa, a la ridícula defensa que de la paz y estabilidad actuales en el país intentaron hace unos días la canciller y el secretario de Turismo de Calderón, e incluso, de sus propias declaraciones acusando a los medios de magnificar el problema del crimen organizado, tampoco parece haber pasado tiempo. Seguimos, me temo, anclados en esa época oscura.
En el Juárez de aquellos días si una muchacha, de esas miles que llegaban desde muchos rincones del país a trabajar a las maquiladoras, se atrevía a reclamar sus derechos, a vivir de su propio trabajo y gozar su independencia, si ejercía su libertad sexual y decidía vivir conforme a ella, se ponía automáticamente –como lo señala Sabina Berman– en la mira de criminales de toda laya. Desde el asesino serial al sicario del narco que no tiene respeto alguno por la vida. Del que produce videos snuff al pandillero que mata para divertirse. Del tío que viola a la sobrina y luego la mata al macho patético que no resiste que la mujer que considera su propiedad lo abandone, todos en Juárez se sentían agraviados por ese cambio, tan legítimo como necesario y urgente en la condición de la mujer. Agraviados y con licencia para matar.
Juárez mataba sus mujeres por el sólo hecho de ser mujeres como hoy las mata Naucalpan –que ya le arrebató ese macabro liderazgo– o Ecatepec o Tuxtla Gutiérrez y todo, dice Sabina citando a Luther King, “ante el silencio de la gente buena”. De eso nos habla Backyard, de lo que sucedía entonces y sucede aun ahora. Por eso insisto, hay que verla, es una mirada que duele pero que, a riesgo de darnos la espalda a nosotros mismos, no debemos evitar porque, como dice Gabriel Celaya, “cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades”.Para eso también sirve el cine.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com
eibarra@milenio.com
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