Editorial
México-Cuba: normalización deseada
Con el encuentro sostenido ayer en Salvador de Bahía, Brasil, entre el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, y el presidente cubano, Raúl Castro, culminó la normalización de las relaciones oficiales entre nuestro país y la isla. El hecho hace pertinente recordar que el declive del vínculo bilateral empezó en el sexenio de Ernesto Zedillo y fue llevado casi al punto del rompimiento por el gobierno foxista, luego de una serie de torpezas, provocaciones y desatinos diplomáticos del propio Vicente Fox y de sus cancilleres Jorge G. Castañeda y Luis Ernesto Derbez.
Un motivo adicional de satisfacción es el ingreso del país caribeño al Grupo de Río, anunciado por el propio Presidente mexicano, pues con ello se produce un avance sustancial en la reinserción de Cuba en el concierto de naciones latinoamericanas. Al mismo tiempo, la presencia cubana fortalece y consolida el foro regional como alternativa independiente ante la proverbial sumisión de la Organización de Estados Americanos a los gobiernos de Washington.
Por lo que respecta a la relación México-Cuba, cabe felicitarse por la conclusión formal de una etapa de encono entre ambos gobiernos, época que comenzó con las intrigas de Castañeda durante una visita de Fox a la isla, en febrero de 2002; prosiguió con el grosero “comes y te vas” espetado por el guanajuatense al entonces mandatario cubano Fidel Castro en una conversación telefónica en la que acotó la estancia del huésped en un encuentro en Monterrey, unos meses más tarde, y el voto condenatorio de México al régimen cubano en la extinta Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, y que culminó con la administración foxista enredada en su propia conjura contra el ex jefe de Gobierno del Distrito Federal Andrés Manuel López Obrador, luego que uno de sus protagonistas, el empresario argentino Carlos Ahumada, escapó a Cuba, fue detenido en La Habana y reveló a las autoridades de la isla la implicación del gobierno federal en los empeños por desacreditar al político tabasqueño.
Nada, en el estricto contexto de la relación bilateral, justificaba el deterioro; hasta entonces, los gobiernos de ambos países habían sabido mantener al margen sus diferencias políticas e ideológicas y reflejar en sus intercambios la cercanía y el aprecio históricos que unen a los pueblos de México y de Cuba. La erosión de los vínculos oficiales que ocurrió en el sexenio pasado tuvo como causas principales la impericia política y diplomática del ex presidente, el encono visceral de su primer secretario de Relaciones Exteriores y la actitud servil de ambos hacia George W. Bush. Pero es pertinente reconocer que la demolición foxista de los vínculos oficiales con Cuba y con Venezuela fue el remate de un declive de la diplomacia mexicana que se inició dos sexenios antes y se caracterizó por el progresivo abandono de los principios rectores que habían colocado a Tlatelolco como paradigma internacional de política exterior respetuosa, constructiva, digna y sensata.
A la vista de los resultados obtenidos en la reconstrucción de las relaciones oficiales con La Habana y con Caracas, ha de reconocerse el trabajo discreto y eficiente realizado en los dos últimos años por la cancillería mexicana y por sus similares de Cuba y de Venezuela. Se ha conseguido restablecer, hacia ambos países, un entorno de respeto y diálogo que no debió alterarse nunca. En el contexto presente, caracterizado por los efectos devastadores de la crisis económica, por la descomposición política e institucional y por la zozobra ciudadana ante una criminalidad fuera de control, la normalización de las relaciones oficiales con esas naciones hermanas y la inclusión de Cuba en el Grupo de Río son buenas noticias que deben celebrarse.
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