Desfiladero
Michoacán: ¿fujimorazo para vender Pemex?
Jaime Avilés
En el fondo, todo es una aparatosa maniobra que mezcla el horror y el terror con un solo objetivo: privatizar Petróleos Mexicanos, para evitar la caída del gobierno” en medio del caos general. Debido a la crisis económica mundial, las exportaciones de crudo se desplomaron 18.2 por ciento el mes pasado, según datos oficiales de la paraestatal que liquida Jesús Reyes Heroles (La Jornada, 25/05/09, p.35). Con una producción actual de 2 millones 642 mil barriles diarios, estamos vendiendo únicamente un millón 177 mil; es decir, se nos quedan en la trastienda casi un millón y medio de barriles al día, y no porque no haya quién los necesite (aparte, es una primavera muy calurosa) sino porque nadie tiene dinero para adquirirlos.
Si antes de que esto ocurriera, México ya estaba en serios aprietos financieros (se cayeron las exportaciones de productos manufacturados a Estados Unidos, se redujeron las remesas de los migrantes, se disparó el desempleo, se desató la inflación), ahora, debido a la contracción de las ventas de Pemex, más la parálisis económica que provocó la influenza, más la virtual desaparición de la industria del turismo (nuestra otra gran fuente de captación de divisas), bien podría decirse que además de tener un Estado fallido somos un país en quiebra.
Esto explica la mágica “solución” ideada por el espuriato: privatizar Pemex para posponer el naufragio hasta el próximo sexenio (y de paso cobrar la ansiada recompensa). La fórmula, como se ve, no peca de original. Miguel de la Madrid hizo lo mismo: de 1983 a 1988 remató la mitad de las paraestatales del sector energético para pagar los intereses de la deuda externa. Carlos Salinas, de 1988 a 1994, subastó las empresas públicas que restaban para patrocinar el programa Solidaridad. Ernesto Zedillo, de 1994 a 2000, malbarató los ferrocarriles para convertirse en empleado de quienes se los compraron. Y Vicente Fox, de 2000 a 2006, como ya no había nada que vender, se dedicó a desmantelar Pemex, a saquearlo tornillo a tornillo.
No hay, pues, nada nuevo o sorprendente en la única salida que Calderón vislumbra para mantener a flote una lancha con 110 millones de pasajeros a bordo. Pero si algo lo diferencia de sus antecesores es el sadismo con que usa el terror para sembrar el pánico y lograr sus fines. Si a finales de 2006 declaró una supuesta guerra “contra” el narcotráfico para justificar la militarización nacional y afianzarse en el poder, tres años más tarde, sobre los cadáveres de más de 12 mil personas asesinadas de la manera más espantosa, acaba de dar un microgolpe militar en Michoacán, a guisa de ensayo, para desplegar en el momento oportuno acciones similares de mayor envergadura.
Sirviéndose del aparato propagandístico que durante la campaña electoral de 2006 se valió del rumor para amedrentar a los ingenuos (“López Obrador te va a quitar tu casa”), hoy los medios incondicionales al PAN y a Los Pinos se atreven a publicar, incluso en primera plana, que después de los alcaldes michoacanos, “pueden seguir diputados”, y en páginas interiores agregan: “incluso un gobernador priísta”.
¿De veras Calderón está listo para secuestrar diputados y gobernadores, sin antes llevarlos a juicio político en el Congreso y despojarlos del fuero constitucional que los protege? En otras palabras, ¿está preparado para imponer el estado de excepción, disolver las cámaras de diputados y senadores, gobernar por decreto, aplastar los estallidos sociales que en un futuro no lejano pudiera desencadenar el hambre del pueblo, y de todos modos, por supuesto, privatizar Pemex?
No olvidemos, como bien señaló ayer Luis Javier Garrido, que detrás de los panistas está la ultraderecha española y el publicista del odio, Antonio Solá, el genio maligno que en 2006 envenenó a México. Si el michoacanazo fue un golpe de teatro en vísperas de las elecciones, como lo calificó Andrés Manuel López Obrador, cumplió su objetivo: le tapó la boca al PRD oficialista, y aterrorizó al PRI. Fue, en otras palabras, el principio de un “amistoso” acuerdo para garantizar que las elecciones de julio no traerán consigo ni gritos ni sombrerazos. Y explica por qué, el jueves, Beatriz Paredes “retó” a un debate de “altura” a Germán Martínez, y éste aceptó sin ladrar. Si nada rompe la tregua, muy pronto, como siempre lo han hecho, se volverán a repartir el pastel.
El PRD oficialista, por su parte, cumplirá la patriótica tarea de descalificar en la televisión todo lo que en las plazas públicas haga o diga López Obrador. Las huestes de Elba Esther Gordillo acudirán en masa a las urnas a votar por los candidatos del PAN y tal vez ayudarán a los chuchos, donde los vean muy alicaídos. Cuando alguien pronuncie la palabra fraude, todos los medios responderán con trompetillas. El propósito supremo de esta maniobra, hay que reiterarlo, es conformar una Cámara de Diputados que a partir de septiembre culmine la privatización de Pemex. Y el único actor político que puede impedirla es el movimiento que encabeza López Obrador, y que luego de meses de tribulaciones metafísicas debe salir a votar por sus propios candidatos. Ni modo: esta columna que se enamoró de la opción del abstencionismo, en circunstancias muy distintas a las actuales, hoy se retracta.
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