martes, 29 de diciembre de 2009

Debe, luego sufre

Guadalupe Loaeza
29 Dic. 09

No, no quiero ser la típica aguafiestas, especialmente en estas fechas, pero, ¿se le ha ocurrido contabilizar lo que lleva gastado en estas dos últimas semanas hasta el día de hoy? ¿No? ¿Prefiere no pensar en esos gastos y seguir disfrutando de sus vacaciones hasta después del 6 de enero, en que Dios ya dirá? Quizá tenga razón, pero ¿no le parece un poquito arriesgado? Recuerde que ya le pagaron la primera quincena de enero y que tiene que pagar algunas de sus múltiples tarjetas de crédito justamente en esos días. Perdón, ¿acaso murmuró algo como me vale? ¿Se ha encogido de hombros? O, ¿prefiere dejar de leer esto? ¡Qué fácil es evadirse de las responsabilidades de fin de año! Por cierto, ¿ya pagó todos los aguinaldos? ¿O prefirió hacerse guaje argumentando la crisis? Antes de salir a esas vacaciones me-re-ci-dí-si-mas como insiste en llamarlas, ¿se acordó de pagar la hipoteca del departamento, el predial, el seguro de gastos médicos, el del coche y la inscripción de los colegios de los niños? ¿No? Y aún así, ¿fue a las tiendas a comprar los numerosos regalos de Navidad de toda la familia incluyendo los de los cuñados a los que dice alucinar? Extraño comportamiento el suyo. Ay, pero si todos hacen lo mismo... tal vez piense como para justificarse. Es cierto. Sin embargo, ¿cree usted que es correcto o lo justo para su familia?


Lo más llamativo de todo es que cada fin de año es lo mismo: gastos, deudas, solicitud de préstamos, pago de intereses acumulados y estrés, mucho estrés hasta aproximadamente mediados de año, en que sus finanzas empiezan, más o menos, a recuperarse para volver a empezar con los gastos de la Navidad siguiente. ¿Y la crisis? No quiero volver a oír hablar de ella... a lo mejor piensa fatigado. No le falta razón. Estamos hartos de escuchar puras malas noticias, pero ¿no le parece que algunas de ellas las creamos nosotros mismos con nuestro comportamiento? Por ejemplo aquellas que vendrán en nuestros estados de cuenta de American Express por todas las compras hechas a seis, ocho y 12 meses sin intereses o el de Autofin por una cantidad abultadísima por los dos meses atrasados. He allí dos pésimas noticias cuya única responsabilidad es nuestra.


¡Ah, pero qué ganas de fastidiar tiene esta señora...!, probablemente piense uno que otro lector. Créanme, mi afán no es el de fastidiarlos, al contrario, mi único objetivo es solidarizarme con ustedes. ¿Por qué? Porque también su servidora es una víctima más de estas fechas. Por eso los entiendo, pero sobre todo los compadezco. Bien dice el refrán que genio y figura hasta la sepultura. Recuerdo el primer pago de mi vida. Tendría 16 años cuando mi madre le pidió a su amigo el señor Portilla, dueño de la joyería Kent, que entonces se encontraba en Madero, que trabajara en su tienda durante las vacaciones de diciembre. Allí, junto con Margarita González Roa, una niña bien, solterona, cuyos restos de belleza eran aún evidentes a pesar de su edad, atendía con toda amabilidad a los clientes, procurando vender las joyas más caras por aquello de la comisión. Fue en boca de Margarita que escuché por primera vez el vocablo movida; las mejores comisiones venían de las joyas carísimas destinadas precisamente para la otra, para la amante, es decir, para la movida de los políticos, los mejores clientes del señor Portilla. ¿Ves a ese señor del puro, calvo y panzón que acaba de entrar a la tienda? Es un político importantísimo. Siempre compra lo mismo para su esposa y para su movida. Atiéndelo tú, para que te ganes tu buena comisión, me sugirió un día Margarita. Ni tarda ni perezosa, le recomendé a nuestra víctima los prendedores y collares de perlas más caros. ¿Está seguro que se quiere llevar dos collares igualitos?, le pregunté incrédula al cliente, sin lograr que se llevara uno mucho más costoso para la pobre esposa engañada. Esa Navidad, decenas de esposas y movidas mexicanas resultaron sumamente consentidas, gracias a los buenos consejos de Margarita y mis magníficas aptitudes de vendedora.


El 24 de diciembre trabajamos hasta las ocho de la noche. Sin duda fue el mejor día de ventas. Recuerdo que entre mi salario acordado con el señor Portilla y comisiones, he de haber recibido más de mil 500 pesos. Nada más salir de la joyería Kent para cruzar a Sanborns de Madero y gastarme todo, todo mi dinero en regalos de Navidad para la familia. A tal grado me quedé sin un centavo que tuve que regresar, a esas horas, a pie hasta mi casa. Entonces vivía en la colonia Cuauhtémoc, bastaba con atravesar la Alameda y buena parte de Reforma para llegar a la calle de Río Nazas. En el camino, me encontré con varias mujeres que pedían limosna. Perdóneme, pero no tengo dinero, les decía con las manos llenas de bultos y el corazón lleno de remordimientos. En esa época no era dueña de ninguna tarjeta de crédito, pero de haber tenido, por ejemplo la de Diners (la única que existía en esos años), estoy segura que la hubiera utilizado para los regalos hasta el tope, endeudándome así, tal como me seguiré endeudando estos días hasta Los Reyes, porque, como usted, debo, luego sufro...


gloaeza@yahoo.com

No hay comentarios: