Érika Loyo Beristáin
2011-05-02
•Acentos
El domingo 8 de mayo, ha sido convocada la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia. Un movimiento al que originalmente ha convocado el poeta Javier Sicilia, pero que cuenta con el respaldo de muchos movimientos sociales y organizaciones civiles que durante los últimos meses, han venido manifestándose y trabajando en la lucha contra la violencia desatada por la “guerra contra el narco”. En Guadalajara, la marcha silenciosa partirá del Parque Agua Azul hacia la Plaza de Armas en punto de las 11 de la mañana.
En el escenario nacional sobre el cual se despliega esta marcha, están no solo las muertes ocasionadas por esta guerra llena de violencia que sufrimos y las víctimas de los lacerantes “daños colaterales”; están también una serie de agravios que van siendo parte de nuestros saldos violentos y que hoy se vuelven históricos: el grave clima de inseguridad y falta de protección por la que atraviesa el periodismo mexicano, las injusticias en materia de derechos humanos, la crisis de nuestro sistema de procuración de justicia, el clima de impunidad y corrupción como método de sobrevivencia, la desigualdad social profunda, la pobreza que se incrementa todos los días, la falta de oportunidades para nuestros jóvenes… la sensación de vivir en un país hecho trizas y en el que no hay futuro posible.
Marchar por la paz y la justicia, no es solo un acto de indignación sino sobre todo, un ejemplo de dignidad colectiva. Unirse a esta marcha, no es solo caminar una ruta, sino participar en la construcción de un destino posible y necesario. Intentar caminar al lado de muchos, es visualizar la conformación de un nuevo “nosotros colectivo” que porta un corazón distinto, que lleva en las venas sangre de lucha y en sus latidos necesidad de justicia. Compartir cada paso de esta marcha, es intentar unirse a la formación de este nuevo corazón colectivo (dixit Javier Sicilia) que necesita nuestra patria para volver a latir con fuerza y sin miedo.
No es solo salir a las calles y hacer ciudadano el espacio público llenándolo de este nuevo “nosotros” en ciernes que está pleno de pasión y de lucha, es expresar que en medio de la diversidad de este México plural, es necesario voltear y escuchar lo que los ciudadanos sienten y piensan. El silencio que acompañará esta marcha, es su grito fundamental que se externa hacia toda forma de violencia instaurada en este país: basta de sangre, alto a la violencia, dignidad para nuestros derechos, libertad para nuestra cotidianidad, seguridad para nuestros pasos, certezas para vivir y amar. Un país diferente para nuestros hijos y nietos, una patria de los ciudadanos en donde todos vivamos en paz y con una nueva cultura de civilidad y respeto. Un trayecto y un rumbo distinto. Una vida feliz y después, una muerte digna que se nombre y se recuerde con dignidad.
El domingo 8 de mayo, hay que ir a marchar para proponer un rumbo diferente que nos permita salir del dolor y la inercia social en la que estamos sumidos. Hay que ir a marchar sin fobias, sin actitudes “anti-todo” pero sí con ánimo demandante y propósitivo. Debemos salir a marchar para mostrar que los ciudadanos queremos un país diferente y estamos dispuestos a aportar nuestra parte en ello. Hay que marchar para cambiar el miedo y la indignación en voluntad y colaboración comunitaria. Salgamos a marchar en paz y por la paz, porque solo ese “nuevo nosotros” unido, es capaz de reconstruir la esperanza.
Milenio.com
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