No, ni este país, ni usted, ni yo nos merecemos la estrategia implantada por el grupo de élite del municipio más rico de México: Monterrey. Reunieron fondos para la creación de grupos paramilitares cuya misión sería comenzar una “limpieza social de criminales”; trajeron a dos expertos en seguimiento de inteligencia, contraespionaje y tortura que fueron contratados formalmente. Uno de ellos es un chiíta especialista en entrenar francotiradores, otro un ex agente del Mossad israelí.
Bajo las narices del presidente Calderón han imitado las mismas estrategias que la derecha recalcitrante implantó en Colombia y por las cuales la sociedad, y paradójicamente, las mismas élites siguen pagando caro.
Esto no es un juego de niños, el alcalde Maurico Fernández Garza ha declarado que él es la ley e irá más allá de sus facultades para combatir al crimen organizado. Esta brabuconería es el detonante de una fascinación por hacer de la violencia y el asesinato un instrumento de Estado.
Es comprensible la desesperación de una parte de la sociedad ante el ambiente de inestabilidad social y terror causado por la guerra antinarco; pero resulta éticamente inaceptable que los políticos y empresarios utilicen recursos públicos y privados para hacer justicia como si este país fuera un circo romano. No lo somos. Somos una patria adolorida por el derramamiento de sangre, por la corrupción endémica del sistema político, pero también somos un país lleno de posibilidades, con millones de personas buenas y honestas capaces de dar la vida para generar un cambio social.
La perversidad de estos grupos que han creado comandos ilícitos debe ser evidenciada; nutren la ira de la sociedad argumentando la necesidad de justicia. Pero la justicia no se alcanza desde la ilegalidad, sino con procesos sociales que transforman a las personas y a las instituciones: muchos de ellos ya han comenzado a tomar forma, serán lentos pero darán frutos.
El peligro aumenta para toda la sociedad en la medida en que el corazón de México entre en guerra contra sí mismo ¿quién es el tribunal y cómo eligen a los culpables? Celebrar la muerte no sólo nos lleva a una fiesta de sangre, sino a la erradicación de la pequeña simiente de estado de derecho al que millones le hemos apostado durante décadas de movimientos de derechos humanos.
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