María Teresa Jardí
A pesar de estar aún muy cerca, a final de cuentas los tiempos de la historia son muy largos, como queda demostrado incluso por los libros, de los que algo les he compartido, editados a propósito de la celebración del 50 Aniversario de la Expropiación Petrolera, un aniversario todavía gozoso, porque apenas llegaba la derecha a Los Pinos de la mano de Miguel de la Madrid como Presidente de la República, luego de dos sexenios terribles por cuestiones diversas: el de Echeverría y el de López Portillo, aunque unidos por el mismo eje conductor que nos ha traído hasta el presente aterrador que en brazos trae al futuro que aún no gatea y que, sin embargo, ya se alza con todo su poder destructor, incluso de la vida misma.
A pesar de estar aún muy cerca, qué lejos parece aquel 18 de marzo de 1938, que bien pudo y que debió ser la punta de lanza para la construcción de nuestra identidad mexicana. De nuestra identidad, como sentimiento de orgullo de pertenencia a una geografía especifica. Lo que no quiere decir encerrarse en una isla ni dejar de ser ciudadano del mundo. De orgullosa pertenencia como asidero, ante la fatalidad incluso, al lugar ligado a los olores y a los colores, a los sabores y a la música, desde el momento mismo del nacimiento o por la herencia de sangre que es igual de fuerte. Una nación, en especifico, convertida en el lugar que como el hogar, materno/paterno, y perdido ese, el propio, que se sabe cobijo cuando la angustia agobia...
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