Carmen Aristegui F.
2 Ene. 09
Ha empezado 2009. El que, aun antes de nacer, fue catalogado ya como un año maldito. Año que rozará linderos de lo apocalíptico si nos atenemos a expertos y autoridades. Nada de lo que venga, a partir de ahora, se vislumbra terso ni fácil ni exento de dolores y aun de desolación para millones de personas en todo el planeta, que sufrirán las consecuencias de crisis superpuestas que se vendrán en cascada. Hacia donde transitamos -nos han dicho- es hacia una gran depresión, cuya profundidad, alcance y duración aún están por conocerse. Así, con todas sus letras: una gran depresión. Como la del 29 o más. Aquella duró una década y tuvo su origen, también, en Estados Unidos. Los componentes esenciales de entonces no son muy distintos a los de hoy. Con mucho mayor sofisticación ahora, pero estamos hablando de crecimiento económico relacionado con especulación bursátil, endeudamiento creciente, ganancias de fácil acceso, bajos controles de los mercados, desórdenes en el plano monetario y demás ingredientes, que condujeron a la economía mundial a una crisis de alcances insospechados. La Gran Depresión, esa que arrojó a millones de personas al desempleo y produjo niveles intolerables de miseria y aflicción. Ochenta años después, estamos ante el animal que se tropieza con la misma piedra.
Lo que hay y lo que viene es la afectación más amplia de todas las estructuras económicas con consecuencias sociales funestas. De 1929 a 1934, el comercio mundial y el PIB estadounidense se redujeron un 66 y un 68 por ciento respectivamente. Para hoy, no hay quien lance una cifra.
Por lo pronto, la crisis financiera, con epicentro en Wall Street, no ha terminado de definir el alcance de sus ondas expansivas. En un principio sacudió a Lehman Brothers, a Fannie Mae, Freddie Mac, Merrill Lynch, Wachovia y demás gigantes financieros que se vieron arrastrados por la borrachera inmobiliaria e hipotecaria de Estados Unidos. La crisis y las razones de la misma han puesto bajo sospecha, literalmente, al funcionamiento, en su conjunto, del capitalismo moderno internacional. Ni más, ni menos.
2009 inicia con un sistema bancario desplomado y un complejo e ininteligible sistema de préstamo apalancado que tendrá que ser desmontado, vaya usted a saber de qué manera. Todos los referentes han sido trastocados. Los sofisticados instrumentos de inversión que inundaron durante años los mercados internacionales han quedado en calidad de basura radiactiva sin que quede claro, ahora, lo que vale y lo que no; las grandes calificadoras resultaron un fiasco; íconos como Alan Greenspan o Bernard Madoff han sufrido dramáticas transmutaciones. El primero de gran gurú de las bancas centrales y los mercados ha quedado como el estúpido de la película; el segundo, de pastor de grandes fortunas y relumbrante financiero inicia el año en calidad de miserable estafador. Artífice de una monumental, y casi vulgar, pirámide que arrastra por igual a bancos, fondos o luminarias, a Madoff no le esperaría sino la cárcel. El mundo de los mercados está montado en una pastilla de jabón y los responsables de su manejo no atinan a decir cómo desharán el entuerto. El agudo Paul Krugman -hoy Premio Nobel- se pregunta hasta qué punto es maligna esta crisis financiera que empezó a fines del verano pasado, tuvo un respiro en septiembre y, ahora, ha regresado redoblada. Por lo pronto, antes de contestar él mismo la pregunta, da cuenta de que nunca antes había visto a los que juegan al mercado tal y como se les ve ahora. Ni siquiera, dice, durante la crisis asiática de 1997-98 cuando el efecto económico parecía abarcar al mundo entero.
"Esta vez, quienes juegan en el mercado parecen verdaderamente horrorizados, porque se han dado repentina cuenta de que no son capaces de entender el complejo sistema financiero que ellos mismos han creado". Antes de acabar 2008, se vislumbraban ya los efectos en la carne y en los huesos de la llamada economía real en buena parte de los países del mundo, México incluido. Despidos masivos; cierre de empresas; contracción; rescates inauditos con dinero público, gigantes con pies de barro, salvamentos millonarios de los que, hasta hace meses, parecían invencibles. En una palabra, la pauperización inevitable que afectará a la humanidad.
Estados Unidos, como ningún otro, es responsable tanto del origen como de la conducción de esta crisis. El papel de su liderazgo será fundamental. Veremos qué resulta del próximo Presidente de este país, el actor global más poderoso de la tierra. Veremos si tendremos una nueva versión de Herbert Hoover que empeore las cosas, o un Franklin Delano Roosevelt capaz de establecer otro New Deal que recomponga el panorama. Por lo pronto, la hermosísima sonrisa de Barack Obama y la inmensa -y escalofriante- expectativa que genera su inminente llegada a la Casa Blanca el próximo 20 de enero dejan un lugar para la esperanza. Por el arribo histórico del primer negro a la Casa Blanca; por el descomunal reto que está frente a todos; por el horror que se asoma en las últimas y en las primeras horas de una Gaza devastada, por ese aderezo de sangre y barbarie con el que empieza un año como éste, 2009 será, ya lo sabemos desde hoy, un año inolvidable.
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