El Despertar.
José Agustín Ortiz Pinchetti
¿Qué haría para salir de la depresión colectiva? Con esta frase cerré mi pasado artículo, que resultó provocador. Recibí muchas respuestas en diversos tonos. Debo aclarar un error. Cuando dije que México había llegado a ser séptimo lugar en el PIB mundial debí decir décimo primer lugar y debí añadir que ha bajado al décimo quinto en los últimos 30 años. Si comparamos cualquiera de las grandes cifras entre 1980 y 2010 veremos que la tendencia a la baja es casi unánime. Podríamos seguir reflexionando sobre el tema de la decadencia y nuestra muy justificada depresión, pero creo que serviría para encontrar el camino de salida saber qué provocó este lento derrumbe.
No fue una guerra devastadora como las que se vivieron entre 1810 y 1867, o la revolución de 1910 a 1929. La historia contemporánea registra que México pudo vivir entre 1930 y 1980, 50 años de paz y estabilidad. Ningún país de la importancia de México gozó durante aquellos años una paz sólida, crecimiento promedio anual de 6.3 por ciento y estabilidad política.
Aventurar que la vecindad con Estados Unidos sería la causa de nuestra decadencia es erróneo. Canadá ha prosperado a pesar de esa cercanía y en cierta forma gracias a ella. Es cierto que los efectos del TLCAN han sido negativos y que el gobierno de Estados Unidos apoyó la dictadura perfecta del PRI hasta 1996. Pero los responsables de las concesiones excesivas y de la parálisis política no son los estadunidenses, sino nuestros dirigentes.
La decadencia de México se debe a la irresponsabilidad de sus elites. En 1964 la modernización política del país era necesaria y urgente. Incluso Díaz Ordaz llegó a propiciarla, pero luego se arrepintió. Se cerró ante las demandas de democratización y cambio que él no podía controlar, y el resultado fue la tragedia de 1968 que todavía no asimilamos. Adolfo López Mateos y Díaz Ordaz se negaron a aceptar una reforma fiscal progresiva que les proponía el secretario de Hacienda Antonio Ortiz Mena. Así nuestro sistema recaudatorio se mantuvo en tasas muy bajas y con una composición inequitativa. La clase política exigió que se mantuviera (como se mantiene hasta ahora) el principio de impunidad. La corrupción creció, los abusos y saqueos llegaron a ser la parte más destacada del régimen. Hasta hoy no existe un verdadero sistema de rendición de cuentas. El país finalmente declinó, porque aquellos hombres y mujeres que debieron tomar decisiones para modernizarlo no lo hicieron en el momento oportuno. Hoy las mismas elites, con sus defensas cristalizadas, se oponen a cualquier cambio importante… Seguimos hundiéndonos.
joseaorpin@hotmail.com
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