Diego Fernández de Cevallos reapareció protegiendo a un empresario corrupto, lo que le ganó críticas hasta de su partido. Personaje complejo que ejemplifica la metamorfosis del militante valiente y comprometido que, engolosinado con el poder y sus mieles, termina comportándose como accionista mayoritario de su partido. Ese mismo acertijo confunde y lastra la vida de otros partidos.
Diego presume de haber nacido dentro del PAN. Algo hay de eso porque pronunció su primer discurso a los 11 años y 52 años después continúa sacudiendo auditorios deslumbrados con un verbo flamígero, audaz e irreverente, y con una seguridad en sí mismo que fácilmente se convierte en iracunda arrogancia. Convencido de lo que dice y hace, jamás rehúye una buena pelea aunque tiene la astucia para ir seleccionando y dosificando a sus enemigos, tan numerosos como sus aliados, asociados y seguidores.
Diego también es un negociador astuto y calculador y ese atributo lo puso en el vértice de la política nacional. Después de los traumáticos comicios de 1988, el presidente electo Carlos Salinas de Gortari necesitaba legitimarse y ampliar su capacidad de maniobra. Requería de una alianza con el PAN para sumar los votos de sus diputados a sus proyectos y para contener a una izquierda furiosa con el fraude electoral. Diego fue un eficaz emisario para el PAN, un partido urgido de mayor presencia nacional porque sólo así podía ingresar a las ligas mayores. Y a partir de entonces el PAN creció por su trabajo, y porque desde Los Pinos le reconocieron triunfos, y empezaron a cosechar las victorias y a recibir los recursos que apisonaron el sendero que los llevó a Los Pinos.
Hace tiempo Diego recomendó a un grupo de jóvenes que si entraban en la política buscaran independencia económica. Sabio consejo que Diego rebasó porque con su práctica privada acumuló riqueza imposible de establecer porque al interior del panismo se consideran incorrectas las declaraciones patrimoniales. Una mancha sobre esa fortuna es la sospecha de que el éxito de litigante se apuntaló con el acceso a los círculos de poder. Y sí, los asuntos redituables empezaron después de aquel acercamiento privilegiado a Los Pinos. Recuérdense si no las hectáreas en Punta Diamante (cerca de Acapulco), la representación de los herederos de Gabriel Ramos Millán contra la Secretaría de la Reforma Agraria, la defensa de los intereses de Jugos del Valle contra la Secretaría de Hacienda, la fusión del Banco del Atlántico con Bital, la contratación de su maquinaria para diferentes obras públicas en el Querétaro panista, etcétera.
Son tan grandes los montos en disputa, y tan fuertes los indicios de que traficó con influencias, que se han multiplicado las críticas de columnistas, reporteros y políticos de los tres partidos: Roberto Campa del PRI, Martí Batres y Andrés Manuel López Obrador del PRD, Carlos Medina Plascencia y Luisa María Calderón del PAN están entre los que han condenado sus actividades. Diego ignora los señalamientos y cuando se defiende exige pruebas, cuestiona las motivaciones de sus adversarios y se envuelve en el sarape de la rectitud.
En el último escándalo, Diego dialogó con Carlos Ahumada Kurtz y lo orientó y ayudó para difundir los videos que lastimaron al PRD. Se justificó diciendo que incluso Ahumada necesitaba defenderse frente a la injusticia e invocó, como razón superior, el combate a la corrupción en el gobierno del Distrito Federal. La defensa es endeble porque basta recordar el daño causado por Ahumada para concluir que si alguien necesita un defensor son los del PRD, y porque es imposible olvidar el encono que Diego le tiene a Andrés Manuel López Obrador. Lo indudable es que Diego sigue al pie de la letra el precepto de que el "fin justifica los medios".
El comportamiento del Diego tardío choca con la forma en que los panistas se ven y se presentan ante la sociedad. En sus documentos, el PAN se describe como un partido que no justifica los medios para alcanzar los fines y pone a la ética como su referente y su razón de ser. Y en el asunto de Ahumada cuesta trabajo justificar el maridaje entre el senador y el corruptor. Diego pone en entredicho otros pilares del ser panista. Litiga contra dependencias gubernamentales cuando el código de ética de ese partido prohíbe realizar a sus cuadros "labores de gestoría remuneradas, ante instancias del propio ámbito de responsabilidad o de otros niveles de gobierno". Diego hace lo que quiere pese a que los estatutos del PAN exigen disciplina a sus miembros. A Diego nadie lo para y se comporta como accionista, como propietario, de un PAN que acepta con humildad franciscana la independencia de uno de sus militantes más distinguidos. Tiene compañía porque pese a los enconos entre ellos, en su camino a la Presidencia Vicente
Fox siguió el ejemplo de Diego, y Marta Sahagún está haciendo ahora todo lo que puede por emularlos y superarlos.
La historia, inconclusa, plantea preguntas sin respuesta. ¿Es Diego un "coyote de angora" u otro difamado? La evidencia está dispersa, espera una investigación exhaustiva sobre sus negocios. ¿Faltan las pruebas, flaquean las voluntades o es vulgar ineficiencia? Sería útil limpiar la brecha porque sobre Diego cae otro chubasco que puede transformarse en tormenta: la construcción de una carretera entre Arandas y Tepatitlán en el Jalisco panista. Entretanto, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal podría aclarar el papel del senador en el caso Ahumada. Son curiosos los jugueteos de la historia porque en 1988 Bernardo Bátiz acompañaba a Diego a negociar con el gobierno de Carlos Salinas. Con esos antecedentes, ¿investigará Bátiz al senador?
Una dimensión adicional está en el triángulo militante-partido-sociedad. Diego está bien acompañado en ese rompimiento de la disciplina partidista. Es bastante frecuente que los militantes distinguidos y poderosos actúen por la libre y/o se olviden de la austeridad republicana y se dediquen a salir de pobres. En ese terreno hay parecidos entre José Murat y Elba Esther Gordillo, Andrés Manuel López Obrador y Rosario Robles, Diego Fernández y Marta Sahagún. Cada partido reacciona de acuerdo a sus reglas y contextos. Sin embargo, cuando las consecuencias rebasan lo que pasa dentro del partido, el organismo político debería intervenir con más energía o al menos aclarar si se está violando la ética pública. El país podría evitarse el pago de facturas que ahora le endosan militantes indisciplinados o deshonestos.
La Miscelánea
En México, las reformas electorales se han gestado en el vientre del escándalo o de las crisis. Así fue en 1994 y 1996. Así está siendo en el 2004 cuando las revelaciones sobre los abusos partidistas han llevado a que en los últimos días se presenten dos propuestas de reforma. En la iniciativa de Los Pinos destaca una reducción inmediata del financiamiento público a los partidos que en estos momentos es absurdamente elevado. En el planteamiento elaborado en la Cámara de Diputados por el PRD y el PRI destaca la sugerencia de que la contratación de publicidad en medios de comunicación se haga a través del Instituto Federal Electoral. Estamos ante planteamientos complementarios que deberían fundirse para lograr una mejor ley. En un asunto de tanta prioridad pública resulta absurda la división.
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Diego presume de haber nacido dentro del PAN. Algo hay de eso porque pronunció su primer discurso a los 11 años y 52 años después continúa sacudiendo auditorios deslumbrados con un verbo flamígero, audaz e irreverente, y con una seguridad en sí mismo que fácilmente se convierte en iracunda arrogancia. Convencido de lo que dice y hace, jamás rehúye una buena pelea aunque tiene la astucia para ir seleccionando y dosificando a sus enemigos, tan numerosos como sus aliados, asociados y seguidores.
Diego también es un negociador astuto y calculador y ese atributo lo puso en el vértice de la política nacional. Después de los traumáticos comicios de 1988, el presidente electo Carlos Salinas de Gortari necesitaba legitimarse y ampliar su capacidad de maniobra. Requería de una alianza con el PAN para sumar los votos de sus diputados a sus proyectos y para contener a una izquierda furiosa con el fraude electoral. Diego fue un eficaz emisario para el PAN, un partido urgido de mayor presencia nacional porque sólo así podía ingresar a las ligas mayores. Y a partir de entonces el PAN creció por su trabajo, y porque desde Los Pinos le reconocieron triunfos, y empezaron a cosechar las victorias y a recibir los recursos que apisonaron el sendero que los llevó a Los Pinos.
Hace tiempo Diego recomendó a un grupo de jóvenes que si entraban en la política buscaran independencia económica. Sabio consejo que Diego rebasó porque con su práctica privada acumuló riqueza imposible de establecer porque al interior del panismo se consideran incorrectas las declaraciones patrimoniales. Una mancha sobre esa fortuna es la sospecha de que el éxito de litigante se apuntaló con el acceso a los círculos de poder. Y sí, los asuntos redituables empezaron después de aquel acercamiento privilegiado a Los Pinos. Recuérdense si no las hectáreas en Punta Diamante (cerca de Acapulco), la representación de los herederos de Gabriel Ramos Millán contra la Secretaría de la Reforma Agraria, la defensa de los intereses de Jugos del Valle contra la Secretaría de Hacienda, la fusión del Banco del Atlántico con Bital, la contratación de su maquinaria para diferentes obras públicas en el Querétaro panista, etcétera.
Son tan grandes los montos en disputa, y tan fuertes los indicios de que traficó con influencias, que se han multiplicado las críticas de columnistas, reporteros y políticos de los tres partidos: Roberto Campa del PRI, Martí Batres y Andrés Manuel López Obrador del PRD, Carlos Medina Plascencia y Luisa María Calderón del PAN están entre los que han condenado sus actividades. Diego ignora los señalamientos y cuando se defiende exige pruebas, cuestiona las motivaciones de sus adversarios y se envuelve en el sarape de la rectitud.
En el último escándalo, Diego dialogó con Carlos Ahumada Kurtz y lo orientó y ayudó para difundir los videos que lastimaron al PRD. Se justificó diciendo que incluso Ahumada necesitaba defenderse frente a la injusticia e invocó, como razón superior, el combate a la corrupción en el gobierno del Distrito Federal. La defensa es endeble porque basta recordar el daño causado por Ahumada para concluir que si alguien necesita un defensor son los del PRD, y porque es imposible olvidar el encono que Diego le tiene a Andrés Manuel López Obrador. Lo indudable es que Diego sigue al pie de la letra el precepto de que el "fin justifica los medios".
El comportamiento del Diego tardío choca con la forma en que los panistas se ven y se presentan ante la sociedad. En sus documentos, el PAN se describe como un partido que no justifica los medios para alcanzar los fines y pone a la ética como su referente y su razón de ser. Y en el asunto de Ahumada cuesta trabajo justificar el maridaje entre el senador y el corruptor. Diego pone en entredicho otros pilares del ser panista. Litiga contra dependencias gubernamentales cuando el código de ética de ese partido prohíbe realizar a sus cuadros "labores de gestoría remuneradas, ante instancias del propio ámbito de responsabilidad o de otros niveles de gobierno". Diego hace lo que quiere pese a que los estatutos del PAN exigen disciplina a sus miembros. A Diego nadie lo para y se comporta como accionista, como propietario, de un PAN que acepta con humildad franciscana la independencia de uno de sus militantes más distinguidos. Tiene compañía porque pese a los enconos entre ellos, en su camino a la Presidencia Vicente
Fox siguió el ejemplo de Diego, y Marta Sahagún está haciendo ahora todo lo que puede por emularlos y superarlos.
La historia, inconclusa, plantea preguntas sin respuesta. ¿Es Diego un "coyote de angora" u otro difamado? La evidencia está dispersa, espera una investigación exhaustiva sobre sus negocios. ¿Faltan las pruebas, flaquean las voluntades o es vulgar ineficiencia? Sería útil limpiar la brecha porque sobre Diego cae otro chubasco que puede transformarse en tormenta: la construcción de una carretera entre Arandas y Tepatitlán en el Jalisco panista. Entretanto, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal podría aclarar el papel del senador en el caso Ahumada. Son curiosos los jugueteos de la historia porque en 1988 Bernardo Bátiz acompañaba a Diego a negociar con el gobierno de Carlos Salinas. Con esos antecedentes, ¿investigará Bátiz al senador?
Una dimensión adicional está en el triángulo militante-partido-sociedad. Diego está bien acompañado en ese rompimiento de la disciplina partidista. Es bastante frecuente que los militantes distinguidos y poderosos actúen por la libre y/o se olviden de la austeridad republicana y se dediquen a salir de pobres. En ese terreno hay parecidos entre José Murat y Elba Esther Gordillo, Andrés Manuel López Obrador y Rosario Robles, Diego Fernández y Marta Sahagún. Cada partido reacciona de acuerdo a sus reglas y contextos. Sin embargo, cuando las consecuencias rebasan lo que pasa dentro del partido, el organismo político debería intervenir con más energía o al menos aclarar si se está violando la ética pública. El país podría evitarse el pago de facturas que ahora le endosan militantes indisciplinados o deshonestos.
La Miscelánea
En México, las reformas electorales se han gestado en el vientre del escándalo o de las crisis. Así fue en 1994 y 1996. Así está siendo en el 2004 cuando las revelaciones sobre los abusos partidistas han llevado a que en los últimos días se presenten dos propuestas de reforma. En la iniciativa de Los Pinos destaca una reducción inmediata del financiamiento público a los partidos que en estos momentos es absurdamente elevado. En el planteamiento elaborado en la Cámara de Diputados por el PRD y el PRI destaca la sugerencia de que la contratación de publicidad en medios de comunicación se haga a través del Instituto Federal Electoral. Estamos ante planteamientos complementarios que deberían fundirse para lograr una mejor ley. En un asunto de tanta prioridad pública resulta absurda la división.
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